jueves, 4 de octubre de 2007

de excursión en el cole

No sé si es que a los profesores realmente les gustaba esto de sacar a los alumnos a dar una vuelta o era el programa escolar el que les obligaba a realizar actividades extraescolares, pero yo en su lugar, solo aceptaría llevarme una clase de niños por ahí si van todos encadenados en fila y con grilletes.

Recuerdo por ejemplo la visita a la panificadora, donde se hacía el pan. Al poco de entrar, alguien descubrió dónde guardaban la levadura, y allí que acudimos todos a meter la mano y llenárnosla de masa blanca. Pocos segundos después la levadura volaba por los aires en medio de una batalla campal, hasta que llegó el panadero y nos obligó a recoger todos los cachitos y volver a echarlos en su recipiente. Ojos que no ven corazón que no siente, si un día el pan está un poco sucio por dentro, es que han ido unos niños de visita.

El viaje al Safari-Park. Terminada la visita, de la que no guardo ningún recuerdo, nos dejaron sueltos. Nos dispersamos, e iba yo por ahí con alguien cuando encontramos un castillo, y allí que me metí. El castillo constaba únicamente de una entrada que daba a un patio cuadrado, rodeado de almenas y garitas con saeteras en las esquinas, a las que se podía subir. Estaba lleno de niños de otro colegio que lanzaban piedras desde arriba a otros que estaban en el exterior, que a su vez atacaban a pedrá limpia contra el castillo, en clara desventaja en cuanto a defensas, pero con mucha más munición disponible por el suelo. Me subí a la parte de arriba y descubrí que los que estaban fuera eran los de mi cole. Glups, estoy en medio del enemigo, y nadie se ha dado cuenta todavía... afortunadamente. Al final le descalabraron en la cabeza a uno de mis amigos.

La granja-escuela. Para empezar nos llevaron a los huertos, para enseñarnos lo que allí crecía. Esto son calabazas... y acto seguido los niños se abalanzaban sobre las calabazas hasta no dejar ni una ilesa; esto son higos... y todos a arrancar higos de las higueras mientras el monitor de la granja se ponía de los nervios y nos echaba de allí (tendrían que hacerlo como en el zoo y poner las hortalizas dentro de una jaula). Otra de las actividades era hacer queso, pero, no recuerdo por qué, fue abortada nada más empezar. Al final... como no, nos dejaron sueltos y nos fuimos al bosque a jugar a los exploradores. Antes de abandonar la granja, ya montados todos en el autocar, hubo un problema: por lo visto alguien había robado -¿o matado? no lo recuerdo bien- ciertos animales. La profe, muy seria, vino a decirnos que el autobús no arrancaría hasta que salieran los culpables. Tampoco recuerdo cómo terminó esto, pero se sabía quienes habían sido, porque nada más encontrar los bichos presumieron de su hallazgo y se corrió la voz.

El viaje a Andorra a esquiar. En fila en la tienda para alquilar el equipo, donde te preguntaban sistemáticamente ¿sabes esquiar?, y en función la respuesta te daban unos esquís más cortos o más largos. Una vez pasado ese trámite, echabas tus botas y esquís -que pesaban los suyo- al portaequipajes del autocar, mezclados con los de los demás.
Al llegar a la plataforma donde aparcaba el autobús (a tomar por culo de las pistas), todos se lanzaban al mogollón al maletero para buscar lo suyo o algo que les valiera, revolviendo y esparciendo el equipo de los otros sin ningún escrúpulo. Al final, si pillabas dos botas de la misma talla y encima te venían bien a tu pie estabas de suerte.
¡A ver quién tiene mis botas!
¡Éstas no son las mías, la mías tenían una rayita negra aquí!
¡Esa es la mía!
¡No, éstas son las mías!
Nos dieron un cursillo de iniciación (hacer la cuña, y es que el 98% no habíamos esquiado nunca antes), y el resto del tiempo estábamos sueltos a nuestro aire, alguno bajando en plan kamikaze en línea recta (qué rollo bajar tan rápido, con lo que tienes que esperar en la cola para subir el remonte).
Mientras descendías lentamente con la cuña te encontrabas con otros que se paraban a cada lado antes de iniciar el nuevo viraje -si es que no habían frenado cayendo-, o a los que subían el remonte muy concentrados para no perder el equilibrio y cuando te avistaban se desconcentraban y se desplomaban sobre la nieve, derribando a veces al que venía detrás, por choque directo o por contagio psicológico: si cae uno, el otro teme caer también e instantáneamente cae.
Y qué paciencia tenía que tener el "remontero" -pero más los que esperaban en la cola- con aquellos que se caían una y otra vez en la misma salida.
¡Anda, cáete más alante!

Los niños son de goma, e intocables, que si no...


7 comentarios:

vitruvia dijo...

¡¡Santo dios!!¿Estas seguro que erais niños?, jajajajajajjaja

Zereth dijo...

uff ni ganas de llevar a más de 2 niños de paseo, ni porque fueran míos, no suena mal lo del grillete y cadenas aunque en una de esas uno sea quien termine amarrado y los niños aventando las llaves de un lado a otro mientras observas a tu salud mental alejarse.


Besos

Otratazadecafe dijo...

Es verdad, en las excursiones del cole siempre pasaba algo! Mis padres casi nunca me dejaban ir, sólo a las excursiones de un día, siempre han sido muy aprensivos y pensaban que mandarme a esos viajes de fin de curso (por ej.) era como una lotería. Las dos veces que fui hubo intoxicaciones por alimentos o agua, jeje

La interrogación dijo...

Pues mira que eran divertidas, con todos en el autobús haciendo barrabasadas.
Me encanta el dibujo y las historias del pequeño Nicolás que no sé si habrás leído.
Besos

humo dijo...

Ufffffff.
Excursiones.
La de expectativas que me generaban.
Y ahora no me acuerdo de ninguna, ya ves tú.

jobu dijo...

Si los niños son buenos, pero con patatas.

JC77 dijo...

Pues si eso era hace unos añitos, imagínate como tienen que ser ahora las cosas, con lo asilvestrados que están!!

Nosotros en la panificadora nos pusimos ciegos a comer pan duro y colines ;)