Los humanos se refugiaban en el interior de sus hogares, en plena hora del almuerzo y de la modorra, abandonando sus quehaceres sin preocuparse de cerrar las puertas, sin temor a ladrones o intrusos. Quedando las calles del pueblo desiertas y sumidas en un silencio soleado y agradable. El chorrito de agua de un manantial burbujeaba nítidamente. Un decorado de tiempo detenido, sin actores, sin movimiento.
Y entonces, los animales usurparon al puesto de los humanos.
El señor gallo vigilaba la calle a través de la ventana del segundo piso, agitando su pequeña cabeza espasmódicamente en todas las direcciones, como un guiñol, realizando todo tipo de muecas.
-¡Usted! qué hace delante de mi casa.
-Estoy explorando el pueblo.
-Pues arree, que no me agradan los extraños merodeando.
El enorme mastín empezó a la ladrar repentinamte desde el interior olfateándome al cruzar por delante de su casa. Se adivinaba su carrera frenética al otro lado de los muros, escudriñando a ratos entre ventanucos entreabiertos, hasta que encontró uno abierto del todo por el que pudo asomar su busto, y ya se calmó y dejó de ladrar. Allí permaneció con una pose digna y nobiliaria, enmarcado como un divino Luis XIV.
Los patos, bien cebados, descansaban en la orilla sombreada después del baño, atusándose las plumas y despreocupados por mi presencia, al igual que los pajarillos al cobijo de las ramas de los árboles.
El pequeño caniche salió escopetado cuando atravesé su calle. Ladrando amenazadoramente, inquieto como una rata cabreada, intentando parecer fiero y temible, y sin poder dismimular sus ojitos lastimosos cuando le enfrenté la mirada, no me hagas daño por favor.
Una pequeña lagartija se escabuyó a mi paso.
Por encima de los tejados del pueblo, en los prados altos pastaban los caballos, y por encima de ellos, desde los bastiones más altos, proyectaban sus sombras las alas de los buitres.
La mayor parte de la presencia humana se concentraba en un espacio lineal en la pared Este del desfiladero: los hilos de autopista que perforan paredes de roca y salvan vacíos, por los que discurren los humanos metidos en cajitas a gran velocidad. Pero abajo, en el pueblo hundido en el valle, por debajo de las carreteras principales y su paquete de zonas de servicio, no se nota la velocidad.
Salamandra de Gredos
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La mayor parte de los montes están recubiertos de pinar de repoblación, y
sólo en algunas laderas se conserva el robledal autóctono, que a media
ladera es ...
6 comentarios:
Bellísimo para disfrutarlo en unas vacaciones o para describirlo de una manera tan original como la tuya aquí, pero me da terror imaginar que tuviera que vivir allí de manera permanente...
Con razón los pueblos de Castilla y León se están despoblando.
Aunque desde éste en concreto, aunque sólo tenga unos 600 habitantes, te plantas en Miranda en 15 minutos y en Vitoria en 30, menos de lo que tardas en muchos trayectos cotidianos en Madrid, y qué decir de la gente que tarda más de una hora en llegar a su puesto de trabajo.
Al principio parecía un capítulo de Rebelión en la Granja :D (o de Babe, el cerdito valiente, jeje)
¿y entonces los animales no toman el pueblo? mire que creía que iría por ahí la historia. Qué bonitos son los pueblo de Castilla, joder, tiene una magia especial...
Me gustan las fotos, me transmiten modorra de pueblo.
P.d. Yo tenía un colega que se llamaba(o le llamábamos, aún no lo sé) Pancorbo, no sé si tendría algo que ver con esta población.
Brie, lo has clavao, así era. Por un momento el pueblo era de/para los animales.
Bito, no he querido seguir fantaseando, luego entras en un restaurante y te encuentras piensos de menú :D
Y lo de tu amigo será el apellido o una palabreja a mala leche, porque suena despectivo.
menudo paisaje tiene el pueblo.
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