sábado, 26 de enero de 2013

cueva rápida

Como había salido el tema, le pregunté a uno del pueblo si había entrado en cierta cueva que conocía de oídas en otro pueblo de la zona. Me dijo que sí, de chaval, y me confirmó su ubicación.
Aprovechando que pasamos por ahí a la vuelta, aparqué el coche un momento y eché a correr por el terraplén mientras mi padre esperaba abajo.
Efectivamente ahí estaba.
La pena es que no llevaba luces, y sólo pude entrar hasta donde llegaba la luz del exterior. Hace tiempo que la tengo pendiente.


lunes, 21 de enero de 2013

Srasrsra

Srasrsra, curioso grupo coruñés...

“No nos interesan los temas de cinco minutos y repetir el mismo estribillo”

jueves, 10 de enero de 2013

Música y tecnología

He andado estos días bastante enfrascado en el tema musical, sobre todo en el tema de las voces, tratando obtener resultados algo decentes partiendo de una materia prima de mala calidad. A base de ejercicios, ensayos y -sobre todo- efectos, la cosa puede mejorar mucho.
Los efectos fundamentales son los compresores, para uniformizar el volúmen, y los coros-desdoblamientos, jugando con las frecuencias y los cambios de tono, para darle más poder a la voz en medio de los demás instrumentos. En cuanto a los afinadores automáticos, hacen su trabajo, pero detesto los efectos secundarios: la voz "tipo Cher" y una corrupción general del sonido.

sábado, 5 de enero de 2013

Por Peñalara

Subí con A. entre semana a "ver la nieve", a Peñalara, y como era de esperar estaba petado de gente. Fuimos en procesión prácticamente hasta la Laguna de los Pájaros.
Luego, regresando por la umbría segoviana hacia Peñalara encontramos menos gente, también debido que salimos algo tarde y los montañeros prudentes y madrugadores ya estarían en retirada.
En la cima de Peñalara nos juntamos los últimos rezagados, con el tiempo justo para descender sin contratiempos hasta el aparcamiento poco antes de que empezara a oscurecer.


La laguna grande, la principal meca de los visitantes, junto con la cima.

A lo lejos la estación de Navacerrada

La placa de nieve helada, que cubre una de las lagunas, fracturándose por los bordes.

Paisaje marciano en blanco

Precipitaciones de nieve helada. Al igual que en las cuevas, podían observarse además estalactitas, columnas, coladas...

Aquí parece que el hielo actuó como un escoplo

Por esta zona apareció un topillo nival jugando al escondite entre los bloques

Rocas "glaseadas"

Había "cabelleras" de nieve helada por doquier, indicando la dirección hacia la que sopló el vendaval blanco. El más mínimo obstáculo, una brizna de hierba, servía de base para la formación de uno de estos brazos


miércoles, 2 de enero de 2013

¿por qué no me dice qué es un político?

Howard Fast escribió "Espartaco" en 1951, una novela popularizada por la versión cinematográfica de Kirk Douglas.

Se trata de la historia -para quien no lo sepa- de una rebelión de esclavos que puso en jaque a la estructura del gran Imperio Romano, pero que a base de mandar un ejército tras otro, finalmente fue aplastada. A traves de las conversaciones de los personajes en la novela, se ponen en evidencia verdades atemporales como la invención de la historia por parte de los vencedores, o de los escritores, casi siempre bajo el mecenazgo de los ricos. De hecho, la historia misma de Espartaco se cuenta a través de múltiples narradores, unos evocando recuerdos vividos, y otros contándoles lo que saben a otros personajes presentes. Reproduzco algunos ejemplos que me gustaron:
(Contemplando cómo lucha Espartaco en medio de una batalla, piensa para sí otro de los esclavos)¡Mira cómo combate! ¡Lu­cha como una auténtica furia! ¡Lucha como luchan los romanos en las canciones que cantan! [... y no como luchan en la realidad -añado, por si no quedaba explícito]
–En cuanto a la historia del levantamiento, en la que escribió Flacio Monaia –prosiguió alegremente el capitán–se dice que la escuela de Baciato estaba ubicada en el cen­tro de la ciudad, cuando en realidad se encuentra en las afueras. Pero créanme, mi palabra no tiene importancia frente a la pala­bra del historiador.
(Habla el general Craso, que dirigió las legiones contra la rebelión de esclavos) –¿No? Bueno, es posible. Es difícil decir qué es ver­dad y qué no lo es. He leído sobre una acción en la que yo mismo tomé parte y lo que leí tenía muy poco que ver con la realidad. Así son las cosas.
Y por último, y lo principal que quería exponer extraido de este libro, un pequeño discurso sincero del senador Graco al joven aspirante a político Cicerón.
–Ya que usted es un político –dijo Cicerón sonrien­do–, ¿por qué no me dice qué es un político? –Un farsante –respondió Graco secamente. –Por lo menos usted es franco. –Es mi única virtud y es extremadamente valiosa. En un político la gente la confunde con la honestidad. Como usted sabe, vivimos en una república. Y esto quiere decir que hay mucha gente que no tiene nada y un puñado que tiene mucho. Y los que tienen mucho tienen que ser de­fendidos y protegidos por los que no tienen nada. No so­lamente eso, sino que los que tienen mucho tienen que cuidar sus propiedades y, en consecuencia, los que nada tienen deben estar dispuestos a morir por las propiedades de gente como usted y como yo y como nuestro buen an­fitrión Antonio Cayo. Además, la gente como nosotros tie­ne muchos esclavos. Esos esclavos no nos quieren. No de­bemos caer en la ilusión de que los esclavos aman a sus amos. No nos aman y, por ende, los esclavos no nos prote­gerán de los esclavos. De modo que mucha, mucha gen­te que no posee esclavos debe estar dispuesta a morir pa­ra que nosotros tengamos nuestros esclavos. Roma mantiene en las armas a un cuarto de millón de hombres. Esos soldados deben estar dispuestos a marchar a tierras extrañas, marchar hasta quedar exhaustos, vivir sumidos en la suciedad y la miseria, revolcarse en la sangre, para que nosotros podamos vivir confortablemente y podamos incrementar nuestras fortunas personales. Los campesinos que murieron luchando contra los esclavos se encontra­ban en el ejército, en primer lugar, porque habían sido de­salojados de sus tierras por los latifundios. Las casas de campo atendidas por esclavos los convirtieron en misera­bles sin tierras y ellos murieron para mantener intactas es­tas casas de campo. Por lo que nos vemos tentados a ase­gurar que todo esto es una reductio ad absurdum. Porque usted debe considerar lo siguiente, mi querido Cicerón: ¿qué perderían los valerosos soldados romanos si los escla­vos vencen? Nada. Habría tierras de sobra para todos y nuestros legionarios lograrían aquello con que sueñan, su parcela de tierra y una pequeña casita. No obstante, mar­chan a destruir sus propios sueños, para que dieciséis es­clavos transporten a un viejo cerdo obeso como yo en una cómoda litera. ¿Niega usted la verdad de todo lo que he dicho?