El gobierno de la República había escapado hacia Valencia, dejando en la capital un gobierno provisional para mantener el orden y organizar la resistencia.
El Cuartel de la Montaña situado en el monte del Prínicipe Pío, actual zona del Templo de Debod, y custodiado por un general rebelde, había sido tomado a la fuerza, en una sangrienta lucha, para acceder al arsenal de armamento que allí se guardaba, tanto para los ejércitos aún leales como para la población civil, que habría de enfrentarse a unos soldados con mucha más experiencia, y apoyados por medios alemanes, italianos y portugueses.
Este ejército rebelde, en su avance hasta el centro de España, había dejado un atemorizante rastro de sangre, con bombardeos realizados por las fuerzas alemanas e italianas, y fusilamientos masivos de "rojos", por no dejar enemigos a sus espaldas.
La defensa de Madrid no fue tarea única de la población madrileña, sino de todas las poblaciones que ofrecieron resistencia al avance de los ejércitos que llegaban de África, pagándolo con sus propias vidas, y de las tropas leales a la República y voluntarios que acudieron de otras partes de España para defender la capital y evitar que los rebeldes se impusieran. El poeta Miguel Hernández era uno de esos locos que en lugar de huir de la zona conflictiva habían venido hacia ella.
Al norte de la sierra de Madrid estaban las tropas rebeldes del norte, y aguardaba la llegada de los ejércitos del Sur para el ataque final. Imaginaban una victoria fácil, como recogen los testimonios de los generales al mando.
Contaban con soldados más profesionales, más munición, y bombarderos, cortesía de los fascismos alemán e italiano, para allanar el camino y desmoralizar. Todo esto contra una resistencia compuesta en gran medida por voluntarios que hasta hace unos días se dedicaban a remendar zapatos o vender fruta.
Tras arrasar Badajoz y tomar Toledo, los rebeldes, siguiendo el río Tajo, se habían reunido al sur de Madrid, en Villaverde, y desde ahí lanzaron sus ataques, intentando primeramente tomar la ciudad desde los bosques de la Casa de Campo. Gracias un hecho fortuíto, los rebeldes se enteraron de sus planes y consiguieron repelerlos, a costa de numerosas bajas.
La cosa no fue tan rápida como esperaban incialmente los atacantes. Mientras la toma se demoraba, aumentaban las defensas, y los rebeldes iban conquistando más territorio para ahogar a la capital.
Sin duda los vestigios defensivos más llamativos son la cuevas y puestos de ametralladoras del Manzanares.
Donde el río deja atrás la capital, continuando su curso hacia el sureste, existía antaño un basurero, y aunque actualmente es el "Parque lineal del Manzanares", sigue siendo una zona de aspecto un tanto desolador. Los pequeños farallones de mica que se levantan al este de la cuenca del río están surcados de cavidades excavadas, formando una larga línea defensiva.
El fín de semana pasado me decidí a visitar la zona con la bici, y entré en uno de esos búnkers. Con uno me bastó, pues eran demasiados para visitarlos todos uno por uno, se extienden durante kilómetros, desde el sur de Madrid hasta cerca de Rivas.
Se accedía por un lateral, ganando altura por un barranquillo y entrando a un largo túnel con algunas cámaras en los laterales, que harían de dormitorios o cocinas. El túnel atravesaba los cerros para aflorar en las paredes del farallón, a través de unos huecos alargados desde los que la resistencia podía dominar todo el horizonte suroeste.
Allí, parapetados y armados con fusiles y ametralladoras podrían freir a los incursores que se acercaran hacia el Manzanares, salvo porque, según se dice, al no ser profesionales, tenían muy mala puntería y había más ruído que impactos.
Estos cerros, como ya he señalado, están formados por láminas de mica y barrillo, luego su excavación resultaría asequible.
Desde el lado del valle, aunque los ventanucos no están a demasiada altura, la trepada es un tanto peligrosa, precisamente por la facilidad con que la mica se desprende.
El final de la historia todos lo conocemos. La república cayó, y Franco tomó el poder.
Más allá de los muertos de combate, esta guerra civil estuvo caracterizada por las venganzas, asesinatos de los prisioneros de uno y otro bando, aun siendo conocidos y vecinos, que acababan enterrados en fosas comunes.
Subiendo por el barranquillo se accede a una entrada a nivel del suelo, que comunica con el puesto de ametralladoras.
El túnel se adentra por debajo de la tierra...
... para aflorar por el otro lado, en las paredes del farallón.
Salvo el pequeño bosquete de ribera del río, el paraje es desolador, con algunos vertidos ilegales de basuras ocasionales junto a los caminos, y un olor a detergente de depuradora que mata. En lugar de "La ruta del Manzanares Sur", yo la llamaría "La ruta de las depuradoras".
2 comentarios:
Impresionante narración, y muy curiosos los bunkers, con esas fotos claustrofóbicas de los túneles.
La guerra civil sigue siendo un tema muy complicado del que hablar, siempre pone los pelos de punta y aún hay muchas heridas por cerrar, así que gracias por contar cómo fue este episodio que aconteció en Madrid.
A ver si siembran unos cuantos arbolitos, o ponen alguna fuente por el camino desolador ;) Ah, y que echen Chanel nº5, que seguro que huele mejor que L'air de depuradoir
La narración es un resúmen de una explicación que leí por ahí. Quizá debería haber leído más versiones por si hubiera discrepancias.
Y si plantasen árboles crecerían rápido y bien, porque en verdad hay bastante agua... no potable. Además del Manzanares, a ratos aparece algún arroyuelo.
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