miércoles, 15 de noviembre de 2006

Orsa (parte 2)

Capítulo 2. Orsa

Pasado un tiempo, la boca del túnel volvió a aparecer en aquel lugar, pero volvía a ser diferente que las demás veces. Pareciera que alguien la hacía y la deshacía a capricho. Esta vez era más cómoda que nunca. El túnel entraba recto, las irregularidades habían desparecido de paredes y techo y el suelo había sido alisado. Pero era mucho más corto, parecía haber sido dividido consituyendo un vestíbulo inicial hasta donde llegaba la luz del exterior; luego, de un lateral brotaba un muro atravesado que no llegaba fundirse contra la pared de en frente, sino que dejaba un paso estrecho. El paso comunicaba con un nuevo espacio bloqueado de nuevo un par de metros más alante por un segundo muro que nacía de la pared adyacente, y se extendía perpendicularmente hasta volver a dejar otro paso junto a la pared contraria. Se atrevió a asomarse por este segundo paso y el proceso se repetía: un tercer muro al frente bloqueando el avance y obligando a realizar un viaje hasta la pared contraria del túnel para continuar adentrándose.
Creyó entender la intención: era un filtro, una barrera únicamente para la luz -que no puede moverse en zigzag. Reculó hasta el luminoso vestíbulo, pensando que bien podría ser una trampa, y desde allí, asomado al primer quiebro gritó. Su voz viajó rebotando y serpenteando por las cortinas de muros y se adentró en el interior de la caverna.
Y complacido obtuvo una respuesta lejana. La criatura se aproximó hasta que su sonora respiración se hizo audible. Seguramente permanecía detrás del tercer muro, protegida de la luz.
Ambos se sentían seguros donde estaban, y podían hablar.
La grabadora se puso en marcha.
Así conoció a Orsa, no hablaba su idioma, ni ella el suyo. Pero intercambiaban sonidos y en un par de días llegó a entender muchas de sus palabras: su propio nombre, Orsa; y otras como luz; oscuridad; abajo; tú; yo; los demás: izj a veces, jon o jaji otras; hambre... A la vez que comprobaba complacido cómo el avance era mútuo: desde el otro lado se modulaban a veces palabras en castellano.
Orsa hablaba mucho de sus "yoes", que debían de ser sus familiares o sus compañeros. Se podía pasar una hora entera hablando de sus ellos. Jai no entendía la historia que contaba, sólo reconocía palabras sueltas entre las que abundaban los términos Jaji, Rim, y muerte. Pero aguardaba, escuchaba y lo grababa todo.
Se intercambiaban objetos depositándolos ella en la franja entre el primer y segundo muro, y él en el situado entre el segundo y el tercero. De ese modo ni él se exponía a la oscuridad total ni ella a la luz. No se había olvidado del recibimiento a pedradas de los amigos de Orsa, quizá los yoes de los que hablaba tanto.
El intercambio de objetos físicos era, a falta de un contacto directo visual, un forma excelente de aprender vocabulario rápidamente cuando cada cual repetía la designación del objeto en cuestión en su propio lenguaje; aunque con frecuencia ella calificara los regalos de Jai con un "desconocido".

Acudía a la cita en la cueva con frecuencia periódica y siempre a la misma hora, ya que descubrió que si así lo hacía, ella permanecía más tiempo a su lado. No llegó a comprender muy bien por qué, pero tenía un tiempo limitado de estancia, su respiración se hacia más sonora conforme pasaban las horas, su voz se volvía más rasgada y dejaba de pronunciar vocales para limitarse a sonidos consonánticos guturales hasta llegar a ser casi inentendible. Entonces ella decía algo parecido a un adios y se marchaba. Nunca duraba más de cuatro horas, que ya era bastante para una conversación tan atípica.
Desde entonces la cueva no volvió a cambiar, aparentemente. Él se encaramaba al primer muro y gritaba: ¡Orsa!, recibiendo su propio nombre como respuesta desde el interior: ¡Jai! a la vez que ella se acercaba. No oía nunca sus pasos, pero su respiración delataba en todo momento su posición.
Los objetos de intercambio de ella eran muy simples y primitivos al principio, pero un día la criatura de la tierra le proporcionó algo muy valioso: era un taco de hojas como de papel duro con signos escritos. Le hizo saber que aquello le gustaba mucho mucho y desde ese día, la cavernícola le trajo más y más. ¿Los escribía ella? No, ella decía que no eran suyos, eran de Eju, pero ¿quién era Eju?, podría venir Eju?... no, Eju no viene, Eju no, no. Se alteraba ante la mención de Eju, tartamudeaba y bajaba el volúmen. Seguramente estaba haciendo algo incorrecto, estaría robando esos papeles. En cualquier caso seguro que al tal Eju no le haría ninguna gracia que él tuviera aquello.
Aunque no entendiera aquel sistema de escritura, pudo recrearse en lo que parecían ser mapas de túneles; dibujos policromados de animales y humanos macabramente diseccionados; e ilustraciones de un tipo de ser desconocido, que dedujo sería la especie de Orsa. Tan sólo tenía la fotografía de una mano y las ilustraciones; le faltaba la escala. No sabía si Orsa sería enana, de su mismo tamaño, o una gigantona.

Curiosamente, cuando él le ofrecía regalos de su civilización, como periódicos, fotos del exterior, cuadernos y rotuladores para que dibujara o escribiera algo, ella se negaba a guardárselos. Se los quedaba un rato y luego le pedía que se los llevara de nuevo tras la visita. Sólo hacía excepción con la comida, que parecía recibir con agrado, pero con muchos tapujos: exclusivamente aceptaba carne, y debía de estar íntegra y entera. Rechazaba piezas cortadas, pollos desplumados, o caza desviscerada. De modo que Jai se puso de acuerdo con un carnicero de su barrio para que le reservara animales sin limpiar: liebres y gallinas. El comerciante encantado de la excentricidad, pues se las vendía al mismo precio y se ahorraba trabajo.
-¿Tienes un león en tu casa?- le preguntó una vez, por las cantidades que se llevaba.
-Tengo un perro demasiado sibarita con la comida.

2 comentarios:

Otratazadecafe dijo...

Eh, qué es eso de que 0 se lo han leído entero, yo me lo he leído! Y espero leer lo que sigue :)

Herel dijo...

¡Menos mal! :D
Seguirá...