Capítulo 3. La Trampa
-¡Orsa!-¡Jai!
Cuando notó que ella ya estaba donde siempre, se adentró a la zona neutra para dejarla algo de comida. Pero entonces ocurrió: la oscuridad lo invadió; algo se había deslizado bloqueando el paso que había dejado atrás. A fuerza de costumbre, había bajado la guardia y no se percató del nuevo mecanismo instalado.
Intentó encender la linterna, pero alguien se la quitó de las manos; le agarraron con violencia de los pies y le arrastraron hacia el interior.
Allí escuchó muchas respiraciones, eran varios brazos contra los que luchaba a ciegas, chillando, retorciéndose y dando patadas. Hasta que no pudo más presa del agotamiento. Escuchaba cómo dialogaban entre ellos, coléricamente, parecían discutir.
Alguien le levantó del suelo con firmeza y echó a correr cargando con él. Aunque no veía nada, sentía los impactos de cada zancada, y los ahullidos de las demás criaturas que corrían al lado de su porteador.
Y de pronto, una sensación de caída al vacío. Efectivamente, estaban cayendo en picado hacia abajo. Sentía la acelaración en todo su cuerpo y el rozamiento de una atmósfera áspera sobre su piel. El porteador no se movía, y él tampoco pues estaba bien apresado.
El tiempo se hizo eterno, parecían encontrarse sobre un ascensor flotante que aceleraba y desaceleraba cada dos por tres. Tan pronto se le subía la sangre a la cabeza como se le bajaba a los pies. Ya no sabía si estaba subiendo o bajando, ni si estaba bocarriba o bocabajo, sólo sabía que se estaba moviendo a gran velocidad.
Por fín suelo firme, la criatura que cargaba con él gritó dolorida, impactó con fuerza sobre una superficie para posteriormente rebotar, girar 180 grados, y caer sobre otra. Notó cómo su cuerpo se arqueaba y retumbaba, pero el de Jai no llegó a sufrir el menor daño.
El porteador permaneció unos segundos recuperando el aliento, empezó a respirar con intensidad, como si hubiera estado aguantando la respiración durante demasiado tiempo debajo del agua y por fín volviera a la superficie. Y entonces... aquella criatura dejó de hacer ruido al respirar, se volvió completamente silenciosa.
Habló con alguien, y su voz había cambiado respecto a las formas que había escuchado arriba, ahora era más clara y vocálica. Dijo algo de "jaji" a su interlocutor, a lo que el otro le respondió algo de "rim". Las dos únicas palabras que Jai reconoció claramente.
De nuevo a la carrera, con fuertes zancadas, saltando, quebrando, subiendo, bajando por un laberinto de túneles que Jai no podía ver pero que imaginaba. Allí no había ni un ápice de luz. Por otra parte, hacía mucho frío, y quizá eso le impedía percibir con claridad los olores.
Pero escuchaba voces, en su viaje se cruzaban con más criaturas, y todas decían algo que se perdía en la distancia, pues el corredor no se detenía.
Finalmente fue encerrado en una pequeña jaula que presentía se hallaba en una cavidad de gran tamaño. Los ligeros sonidos de movimiento reverberaban, había como tres o cuatro presencias deambulando por allí sin rumbo definido, iban y venían, se alejaban, se acercaban. Serían vigilantes.
Escuchó cómo alguien se había acercado y olfateaba; le hubiese gustado meterle un puñetazo, pero no atinaría en la oscuridad a encajar la trayectoria a través de los barrotes de la jaula. Su angustia crecía, se veía perdido y empezaba a descartar la posibilidad de vivir... pero tampoco iba a dejarse matar.
Su mochila se quedó a la entrada de la cueva, la linterna fue requisada en la superficie, y el resto de los objetos que portaba arrancados justo antes de ser arrojado a la celda, cuando alguién le manoseó sacando la cámara de fotos, un cuchillo, y llaves.
Exploró con las manos el pequeño recinto sin encontrar nada más que roca compacta y barrotes de metal rugoso. Se acurrucó para soportar mejor el frío. Pese al tiempo que llevaba ahí no conseguía ver más que oscuridad y manchas proyectadas por su cerebro. Hasta la visión nocturna requiere un mínimo de luz.
Intentó hablar con ellos, pronunciando palabras sueltas que había aprendido de Orsa.
-Jaji, Rim, Nokua, Iya, Zana.
-...
Una criatura que rondaba cerca le respondió una retaíla incomprensible.
-Oye tú, sácame de aquí. ¡Quiero salir! - grito Jai en castellano, por pura desesperación aunque sabía que no le entenderían.
-"¡Ola! buenos días".
¿Qué? ¿había escuchado bien? La criaturá recitó aquella frase en su idioma. Intentó conversar, pero al cabo de un rato descubrió que la criatura realmente no hablaba castellano, ni si quiera respondía coherentemente; símplemente recitaba como un loro frases que había escuchado y cuya fonética había aprendido de memoria: "Son laseis delatarde, una ora menosen canarias"... "Sikiere disfrutar dunas vakaziones enún lugar privilegiado visite costagolf"... "Éste es subanco"...
La criatura se reía, parecía divertirse mucho imitando a los humanos. Seguramente escuchaban emisoras de radio de la superficie y de ahí habían aprendido. Era inútil cualquier intento de comunicación seria, pero continuó dándole coba al cavernícola pues así al menos la estancia se hacía menos penosa. Y quizá hasta le llegara a coger cariño y le ayudase.
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