sábado, 4 de noviembre de 2006

flores del desierto

Los agentes llamaron a la puerta de la casa de viejo marroquí. Nada más abrir éste, entraron con violencia.
-Tranquilo, no le vamos a hacer daño, buscamos a Claude y sabemos que se esconde aquí. A usted le llevaremos a otro sitio donde estará cómodo, y nosotros nos quedaremos en su piso esperándole.
-¿Puedo hacer el equipaje? -murmuró el viejo.
-No hay tiempo.
-Al menos déjenme regar las plantas de la terraza, son muy delicadas.
Los agentes intercambiaron miradas buscando unanimidad de criterio antes de responder, y uno de ellos le complació - Pero rápidamente, tiene 5 minutos.

El viejo llenó una jarra en la cocina y salió a la terraza. Regó las hiedras, regó las rabaneras ligeramente, no dedicó más que unas gotas a la mayor parte de las plantas. Pero regó con profusión los cactus del desierto, que estaban arrugados y aparentemente marchitos, ¿vivos o muertos?... latentes; no habían sido regados en meses.

Cuando Claude regresaba por la tarde, alzó la mirada hacia la terraza del piso del viejo. Aparentemente todo era normal en el barrio, salvo porque los cactus del balcón habían florecido. Siguió caminando sin detenerse ni alterar su paso, sin mostrar emoción; pasó de largo y se marchó.

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