martes, 14 de noviembre de 2006

Orsa (parte 1)

Capítulo I: Dudas

No podía parar de llorar cada vez que pensaba en ello. Dudaba, maldecía, pensaba lo que podría haber hecho y no hizo... lloraba porque dudaba y en su cabeza se estaba formando una auténtica tragedia. Pero a la vez recordaba el miedo, la histeria, el pánico que le llevó a pensar en quellos momentos exclusivamente en su propia subsistencia. Se preguntaba si Orsa estaría viva todavía. Sabía internamente que no, pero necesitaba pensar que sí, necesitaba buscar argumentos y razonamientos por los cuales podría seguir respirando, de esa forma como respiraba ella. Le había cogido mucho cariño, aunque a ratos esa duda le hacía determinar que merecía morir, o no... no podía dejar de dudar. ¿Le había traicionado?¿le había vendido?... pero le había salvado condenándose. ¿Qué había pasado realmente? Le mataba por dentro la incertidumbre. Quisiera volver a entrar y conocer, resolver los interrogantes. Pero después de haber pasado lo que había pasado y ver lo que había visto, jamás podría volver a aquel lugar, le temblaba todo y se venía abajo sólo de recordarlo. Nuevas lágrimas encharcaban sus ojos. Miraba por su ventana y veía el mundo como un decorado falso, la gente caminando por la calle en un día soleado, como si nada pasara, ¡como si no existiera más que esto! Ignoran, y viven tan tranquilos, magnificando sus problemas. Ahora él no tenía ese tipo de problemas, ahora sólo quería nublar sus ojos con lágrimas. Era lo único que le aliviaba mínimamente.

Todo empezó cuando Jai descubrió aquella sima a la que se accedía a través de una pequeña covacha. El hueco se había abierto por efecto de un derrumbe muy reciente. Seguramente iba a ser el primero en entrar, el paso era muy estrecho, un tramo inicial en el que había que retorcerse y contornearse para por fín acceder a la gran cavidad. Sólo unos metros de roca habían separado ese mundo subterráneo durante siglos del exterior, y esos metros acababan de caer. El embudo desembocaba en un largo túnel horizontal en el que se podía caminar de pie. Algo de luz indirecta lograba llegar a través del embudo, haciendo menos tétrica la llegada, pero ante sus ojos se extendía un helado horizonte de oscuridad y misterio. Y de peligro.

Avanzó y el túnel parecía infinito, con un punto de oscuridad como norte cuyo final no lograba alcanzar la linterna. A la vez el túnel se ensanchaba, y aparecían recovecos, aquel espacio escapaba cada vez más de su control y capacidad visual.

Y fue presa del pánico cuando inesperadamente sintió que no estaba solo allí dentro; aquello susurraba y respiraba profundamente. Huyó a la desesperada de vuelta hacia el embudo iluminado el suelo y gritando -quizá para asustar a la presencia, quizá para desahogar una adrenalina tan subida que no bastaba la carrera en la oscuridad para calmar- y con los ojos desorbitados. Se coló por el embudo, con angustia, pues el avance era lento y temía ser atrapado desde atrás, imaginó todo tipo de horrores. Hasta que salió a la covacha principal, donde la luz del exterior le reconfortó. Allí se detuvo, allí se sintió seguro, en su medio, como un pez que vuelve al agua, como un ave que vuelve al cielo, como un mamífero que vuelve a la tierra. Volvió a la luz y al espacio, salió de los horrores de las tinieblas.

Y gritó a través del embudo "¡atrévete a salir!"... silencio, pero presentía que había algo al otro lado, algo que al igual que él, aguardaba con curiosidad. "¡Eeeeeeh!"- gritó de nuevo. "¡Oooh!"- escuchó desde el otro lado. No era una voz humana natural, salvo que fuera algún bromista imitando a un animal, y no estaba tan cerca del otro lado del cuello, permanecía alejado en el interior del túnel.
Continuó gritando, intentando comunicarse y como respuesta obtenía cacofonías, repeticiones burdas de sus palabras "¿Quién eres?"... "¡keres!".
Estaba durando demasiado para ser una broma; se alejó de la covacha, pero lejos de irse, se escondió en las proximidades y permaneció largo rato al acecho, esperando que quien quiera que estuviera allí metido saliera. Pero no salió nadie, y decidió regresar para que no le cogiera la noche. Pero volvería, mucho más preparado.

Volvió a los tres días, mejor equipado: cámara, grabadora, cuerdas, luces frontales, en cabeza y hombros: dos linternas de mano; lámpara de gran potencia... y cuchillos. Estaba convencido de que acababa de descubrir algo nuevo, e iba a desentrañar aquel misterio. Al entrar en la covacha se llevó la primera sorpresa: el embudo ya no existía, alguien había derribado y apartado más roca, ensanchando el paso. Ahora la comunicación con la gran caverna era más cómoda, a la vez que entraba más luz del exterior -una invitación bastante descarada a entrar. Encendió todas las luces y entró. La lámpara de gran potencia iba en el suelo, pues pesaba lo suyo y restaba agilidad el cargarla; la desplazaba conforme avanzaba y exploraba todos los recodos de paredes suelo y techo, asegurándose de que no dejaba atrás ramificaciones del túnel a través de las cuales pudiera ser sorprendido por la espalda. La entrada era ya un anecdótico punto de luz, cuando empezaron los problemas, se detuvo: túneles en todas las direcciones, aquello era un queso gruyer, y de nuevo volvió a sentir la compañía, esta vez en plural. Respiraciones sonoras, susurros... pero no veía a nadie.

De pronto una piedra golpeó la lámpara de suelo certeramente derribándola, pero por suerte no se apagó. Su corazón se aceleró y su cuerpo se quedó helado. No eran animales, además de articular sonidos sabían usar herramientas. Más piedras fueron lanzadas desde túneles oscuros, la mayoría iban contra la lámpara de mayor potencia, pero algunas iban contra él, contra sus luces. Fotofóbicos. Preparó la cámara de fotos y en una maniobra envalentonada corrió unos metros hacia adelante, dobló uno de los recodos en sobra y pulsó el botón. Durante las décimas de segundo que duró el flashazo vió algo, y escuchó un grito ahogado de dolor.
La lámpara del suelo estalló de una pedrada, y el nivel de luz bajó considerablemente, se acabó la bolsa de luz omnidireccional, llovían piedras. Pegó más flashazos indiscriminados a la vez que corría de nuevo hacia el centro del túnel, justo antes de las ramificaciones. Desde allí empezó a recular apresuradamente y agitando la cabeza en todas las direcciones. Sentía movimiento, los seres se aproximaban, pero no se mostraban. La cámara tardaba unos segundos en recargase, pero cada vez que lo hacía, volvía a hacer una foto y a lanzar una ráfaga de flash.
Así, reculando y vigilando, Jai llegó hasta la entrada de nuevo, no quiso correr por miedo a resbalar o tropezar por el firme irregular, y por no dejar de vigilar la retaguardia. En el umbral de luz gritó, sin respuesta. Revisó las fotos que había hecho en la cámara digital. Sólo en la primera se vió algo: era un brazo, de carne blanca, albina y verdosa, y no era humano.

La tercera vez que acudió al lugar la sima no existía, y parecía no haber existido nunca. Palpó con ojos atónitos el lugar donde estuvo la brecha, pero la roca ocupaba su lugar. Y no había indicio de que alguna vez hubiera habido en esa parte una entrada, aquellas piedras parecían llevar ahí toda la vida. No puede ser, entró en crisis por un momento, llegó a pensar que se había vuelto loco, que todo había sido un sueño, que sus últimas semanas de vida habían sido un recuerdo falso hilvanado por la imaginación, o que quizá estaba en coma en un hospital y aquello no era la realidad sino una recreación de su subconsciente, una segunda vida virtual.

4 comentarios:

aiyana dijo...

¡Que interesante y que agoviante!

aiyana dijo...

ejem perdon agoBiante... ji ji menudo patadon. ah por cierto está chulo tu nuevo formato ;)

Otratazadecafe dijo...

Te parecerá bonito dejarnos con esta intriga!
La "carne blanca, albina y verdosa" me recuerda a la niña de "The Ring", brrr...

Me gusta el cambio de look, sobretodo el logo sobre el fondo blanco :)

Herel dijo...

Aiyana, agoviante está bien: dícese del agobio que produce la presencia de gaviotas. :DDD

Taza, no he visto The Ring, pero esa niña necesitaría unos cuantos rayos de sol. :)