viernes, 10 de noviembre de 2006

loop

¿Cómo conseguir que tu melodía favorita se convierta en tu melodía pesadilla?
Poniéndotela como tono de despertador en el móvil.

Lo cual, por derivación, podría convertirse en una técnica para convertir el amor por una persona en odio: poniéndote como despertador una grabación -siempre la misma- de la voz de esa persona. Ideal para gente a la que le cuesta olvidar a alguien que no conviene o no corresponde... llegados a extremos.

Con los colores ocurre algo parecido: ¿cuál es tu color favorito?: el rojo carmesí. Venga, pues todo el mundo de carmesí: el cielo, los prados... y de pronto aparece en el paisaje una mancha de amarillo... y resulta que ese color se vuelve más goloso para la vista porque rompe la monotonía cromática con la que se ha torturado al ojo. Más que un color, es más bonito ver una degradación de tonos, así la vista no se aburre. Qué agradable es ponerse unas gafas de ventisca de éstas con el cristal coloreado y ver la nieve amarillenta, y el cielo morado, y la vegetación aguamarina. Varías los tonos del mundo por un momento.

Y es que la repetición lleva a la irritación, en la película La Naranja Mecánica el protagonista es obligado por los psicólogos del centro de internamiento a visionar escenas de violencia de forma metódica y repetitiva hasta que llega a odiarla, hasta que le llega a provocar dolor en su propia psique. Pero creo que para que realmente funcionase, debería de repetirse la misma secuencia una y otra vez, siempre la misma. Con escenas diferentes no se consigue el efecto de machaque mental, creo, salvo que se llegue a un punto de simplificación mental del contenido y reconocimiento de los mismos esquemas y patrones, pinchando a unas neuronas ya hinchadas y doloridas de recibir el mismo estímulo. Entonces las neuronas desconectan o estallan y se vuelven locas.

En otra película, un espía capturado por la Gestapo es torturado obligado a escuchar todos los días la voz de su amante -que es cantante. De tal modo que en el interior de su celda suena día y noche un "loop" de su canción más exitosa: un fragmento de 20 segundos que se repite sin parar -ni tapádose los oídos logra librarse de la canción de fondo-, hasta que el pobre acaba desesperado.

Aunque todo tiene su punto, y la repetición correctamente administrada también tiene el efecto opuesto: el enganche y el enamoramiento. A cuántas canciones se acostumbra pasivamente el subconsciente a base de oirlas repetidamente por los medios (y para que suenen pagan las casas discográficas, los propios interesados) llegando a "enamorarse" de ellas? ¿Y por qué de pronto nos gusta una canción que a primera escucha no nos llamó la atención? porque ha sonado tanto que poco a poco ha ido rompiendo la barrera que separa lo extraño, ajeno, enemigo, incomprensible, hostil... hasta entrar en el espacio de lo familiar y cercano.

Cuando un desconocido por primera vez se acerca a nosotros, sentimos cierta incomodidad, sobre todo si se acerca demasiado sin excusa. Hay una distancia de evasión y de intimidad que no cualquier persona puede acortar por las bravas sin provocarnos recelo y hostilidad. Pero esta distancia se va acortando a fuerza de costumbre y familiaridad.
El primer día, el desconocido puede sentarse en nuestras proximidades respetando una distancia de 2 metros (por ejemplo, aunque depende: si se trata de una gran pradera en la que apenas hay gente, la distancia de no-hostilidad podría ampliarse a 30 metros; y en un vagón de metro repleto de gente, nos conformaríamos con que se sentara en el asiento de al lado sin invadirnos con los codos al apoyar los brazos). Al día siguiente, quizá pueda acercarse hasta el metro y medio, ya que nos suena su cara e interiormente pensamos "si ayer no nos hizo daño, ¿por qué habría de hacérnoslo hoy?". En pocos días hasta puede que nos apetezca intercambiar una conversación con él, o no nos importe que se siente justo al lado habiendo espacio de sobra.

...Al cabo de meses de insistencia en el contacto de forma metódica, puede que haya germinado en nosotros la semilla de la irritación, y que de pronto lo querramos lejos, lejos, ¡fuera!, esto es insano para la mente, es un loop que atosiga y atenta contra la biodiversidad personal... Se invierte el proceso.
El amor y el odio son extremos de la misma cuerda, pudieran ser el mismo elemento pero diferenciándose en la dosis: la medicina que hasta cierta cantidad es saludable, pero que en exceso envenena al cuerpo.

"Gira el mundo gira", pero lo hace muy despacio, tarda 24 horas, cambia la luz, el color, la temperatura, la humedad, los olores, el paisaje vegetal con las estaciones. Cada día es distinto y eso nos salva de acabar con un sentimiento de claustrofobia encerrados en una habitación-planeta-cerrada. Pero todo esto es cuestión de enfoques y valoración de las percepciones. El cambio atmosférico puede no ser suficiente para romper la periodicidad rutinaria, quizá sea apreciado como un aspecto puramente decorativo o como una repetición cíclica; quizá el paisaje de hoy no sea como el de ayer ni como el de anteayer, pero es como el de otro día hace 12 meses, es nuevo relativamente, es impresión reciclada, sorpresa efímera. Se pueden necesitar elementos diferenciadores más de tipo picológico: haber hecho algo distinto, haber conocido gente nueva, haber estado en otro lugar, haber aprendido o descubierto algo, haber rescatado algo semiolvidado...

1 comentario:

aiyana dijo...

Tienes razón, eso de repetir para aborrecer, me ha pasado muchas veces a lo largo de mi vida... en fin puediera hasta ser la historia de mi vida