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Érase que se era, si es que era porque no lo sé, un hombre que no aceptaba las reglas con las que no estuviese de acuerdo.
No lloraba cuando era dictado era de rigor el lamentarse, ni se avergonzaba de lo que de común estaba convenido era motivo de bajar la cabeza.
Tan era así que se volvió inmune a las connotaciones de las palabras, a las epidemias sociales, a las modas, a los valores, a las creencias y descreencias, a las nuevas verdades que sustituían a las antiguas, y a las futuras que desplazarían a las presentes.
Ocurre que cuando alguien no acepta las leyes se le aplica un castigo que le haga rectificar o que muestre ante los demás que no es bueno seguir su ejemplo, a riesgo de que hagan lo mismo. Castigo verbal, castigo moral, castigo económico y castigo físico. Dolor, privación, exclusión.
Pero cuando decimos que este hombre no aceptaba las reglas con las que no estuviera de acuerdo, el alcance de ello iba más allá de las simples conveniencias humanas, más allá de una actitud tenía una capacidad. Su cuerpo no ardería en el fuego si él no daba el visto bueno a la ignición, ni se mojaría en la lluvia si no estaba de acuerdo con resfriarse, ni recibiría daño de un golpe que no hubiera autorizado recibir.
Cuando intentaron castigarle, este hombre aplicó sus propias reglas de cómo debía ser y de tal forma fueron los resultados prevaleciendo sobre la lógica convencional y la física. Los castigadores recibieron el castigo: los ejecutantes su propia ejecución y los ordenantes el resultado de su orden ejecutada en sus propias personas.
Quienes le intentaron multar acabaron arruinados, quienes le intentaron apresar quedaron presos para siempre, y a los que ordenaron bombardearle les explotaron las bombas en el culo.
Los poderosos que quedaban, escarmentados, y viendo que no podían someterle a sus leyes ni castigar su autonomía sin acabar ellos mismos recibiendo las piedras que ordenaran lanzarle, optaron por ignorarle. Y así mismo normalizaron y dictaron que nadie en el mundo debería poder percibirle ni ser consciente de su existencia.
Él sigue por aquí, inmune a la sociedad y a la naturaleza; y la sociedad sigue aquí, inmune a percibir lo que no existe.
Y la verdad es que no sé si estamos entrenados para no percibir lo que no existe, o estamos desentrenados para percibir lo que no existe, o lo que no existe no existe y punto.
3 comentarios:
Me ha gustado muchísimo, ¿primer ejercicio de relato? :)
NO estamos entrenados para saber QUÉ existe y que no, porque la ciencia por ahora no da más de sí, y nuestras percepciones tampoco, pero seguro que hay mundos más allá de éste, "seres" en otros planos, con los que un día podremos interactuar. Ese día está lejano, hasta que la conciencia de la persona no evolucione lo suficiente, no se nos mostrarán "otras" realidades, otras posibilidades, otras "existencias".
Creo que se amplía (o mengua) antes nuestra capacidad perceptiva por la tecnología que por evolución.
De hecho, por lo visto, nada nos distingue genéticamente de ancestros que se calentaban con fuego y peleaban con palos.
Cuando hablo de evolución, no me refiero a nivel darwiniano-físico-genético, sino espiritual :)
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