Salió a vagar por la ciudad y entró, mediada la tarde, en el Ateneo. Un joven daba lectura a varias poesías desde la tribuna, ante un público serio y triste, que a veces gruñía aprobatoriamente. Arnal escuchó, revolviéndose con impaciencia en su butaca. El poeta contaba cómo había padecido un amor desgraciado. Según sus versos, conociera a la ingrata en La Bombilla. Él no había tardado mucho en decirla "Te amo", y ella había bajado los ojos con languidez.
Algún tiempo después la muchacha no podía ocultar sus gustos suntuosos, su amor a las joyas, a los autos y a los vestidos de Paquín. Era inútil que el poeta le ofreciese la miel de su lirismo. Una noche la esperó en vano...
El joven leía, con las cejas en lo sumo de la frente y un vago ademán melancólico:
La infiel, Señor, me ha abandonado.
Soy como un muerto que ha quedado
con el puñal de la traición clavado
en la mitad del corazón.
-¡Alto!- gritó Teófilo, poniéndose en pié incapaz de contenerse -. ¡Alto! ¡Esto no puede ser!
Todas las miradas convergieron en él. Y él tiró con fuerza de las solapas de su chaqueta.
-¿Qué ocurre?- balbuceó el escritor.
-Ocurre que en nada de esto hay sentido común. Si usted estuviese muy triste por la fuga de su novia, usted no haría estos versos, porque la obsesión y la angustia del abandono no le permitirían buscar los consonantes. Es incompatible pensar en que su amada refocila con otro caballero y reunir a la vez con meticuloso tino palabras que terminen en "ado", en "ante", en "on", etc.
¿Qué haría usted si su dolor fuese sincero? Indudablemente expresarse con naturalidad. Entonces usted vendría aquí y nos diría, poco más o menos, pero en prosa corriente: "Señores: ¡hay que ver cómo son las mujeres! He conocido en La Bombilla una muchacha de estas y estas señas, de quien me he enamorado y que me ha salido un pendón. Anteayer se me escapó de casa, y ahí está liada con Fulano, que le paga un abono de coche".
Algunos de los oyentes de Teófilo gritaron:
-¡Fuera! ¡Fuera!
-No he terminado -prosiguió él-; me falta aún examinar las consecuencias que tendría este acto indiscreto. Apenas hubiese referido usted su poco interesante historia, la mayor parte de los señores que están presentes abandonaría el local, indignada, asegurando que le importaba un comino lo que le hubiera sucedido a usted con tal jovenzuela. No faltaría quien se riese de usted, encontrando muy chusco su desahogo.
Sin embargo, ahora simulan conmoverse o se conmueven de veras, lo que es peor, porque usted nos cuenta eso mismo intercalando con cierta medida palabras que terminan en "ado" o en "on". Esto es sencillamente absurdo.
-¡Fuera! - vociferaron todos.
Y le expulsaron del local.
Autor: W. Fernández Flórez
A cuento de los recursos para convertir lo mundano es exquisito, existe en el cine la cámara lenta y la cámara rápida. La primera convierte en sublimes las escenas, tragediza, intensifica, heroifica. La segunda ridiculiza.
Somos sensibles -permeables- a cómo se nos cuenta una historia para apreciar su valor.
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