domingo, 20 de abril de 2008

el pueblo ordinario

Eusebio era un hombre normal y corriente, hablaba 7 idiomas, dominaba varias ciencias técnicas y humanísticas, trabajador con buenos resultados en todo lo que hacía.
Anselmo, en cambio, era un hombre extraordinario, apenas sabía escribir su nombre y era torpe en las demás cosas, que me ahorro citar porque es larga la lista.

En su pueblo, todos eran del estilo de Eusebio... menos Anselmo. De ahí que éste fuera considerado extraordinario, fabuloso y sorprendente, lo nunca visto; mientras que el otro era del montón, no destacaba en nada, un tipo corriente como que el agua baje por un río.

La singularidad de Anselmo no pasaba desapercibida, más al contrario, era el hombre más popular del pueblo, el objeto de todas las miradas y su nombre el más pronunciado en los corrillos.
Vivía bien el tipo. Era tan torpe, como digo, que los demás, piadosos, hacían por él y resolvían por él, obteniendo como único pago una inyección moral: el sentirse normales y corrientes socorriendo a aquél ser tan necesitado por su extraordinariez.

Pero tan buena vida no iba a perpetuarse mucho tiempo. La naturaleza es listilla y tiende al reajuste para adaptar a los individuos para obtener lo mejor de su entorno, llevándolos a migrar hacia el suelo más fértil.
Eusebio determinó hacerse el tonto ¡le salió la primera competencia a Anselmo! y no fue la última.

El club de los tontos de postín crecía, y los demás no daban abasto a socorrer a tanto desvalido de mirada inocente. Tal era el crecimiento de la demanda de atención que la estupidez dejó de ser algo extraordinario para convertirse en una plaga incordiosa. Fabulosos parias, sorprendentes pedigüeños, extraordinarios ordinarios.

Un día cayó del cielo un diplodocus de 80.000 toneladas y aplastó el pueblo, acabando con listotontos, tontolistos y con el tontobobo.

FIN

Moraleja: No construyas el pueblo debajo de donde va
a caer un diplodocus de 80.000 toneladas.

2 comentarios:

Zuviëh dijo...

Ahora en serio.

Dilo con sinceridad.

Pero no me mientas...

¿Te parece normal lo que has escrito? Me he quedado con cara de decir, ¿ein? ¿Pero qué coño? Y aunque esa fuera tu intención, eso ha sido muy muy cruel.

Voy a acabar el mío... que sino no empezaré nunca. Y en mi relato no hay diplodocus, que conste. ¬¬

Herel dijo...

Ya, seguro que la próxima vez empiezas a leer por el final para asegurarte.