Se podía hacer el camino sin la luz del frontal del leds, con la luz de las estrellas y la de la luna, la vista se acostumbra y más o menos se ve bien. Pero preferí usar la iluminación artificial, sobre todo después del susto.
Tengo dos modelos: uno muy potente, que proyecta la luz frontalmente, llega más lejos pero crea un campo de visión en forma de tubo, rodeado de oscuridad por contraste; el otro tiene menos potencia, pero es más difuso y abierto, no deja banda ciegas oscuras a tu alrededor; y mismamente, al irradiar menos luminosidad, no te deslumbra tanto para ver las zonas oscuras. Elegí el segundo.
Esto es un trekking nocturno, ya he hecho otros antes... pero los anteriores fueron porque me pilló la noche.
Tras una fuerte subida, llegué a la pradera, y allí aparecieron los tres pares de ojos malignos. Los leds no llegaban a alcanzar a iluminar las figuras, pero los ojos de las bestias brillaban como estrellas. Eran unos animales grandes, me miraban y se aproximaban moviéndose al unísono.
Caballos salvajes. Avancé en paralelo hacia los matorrales para escudarme mientras les hablaba en tono grave intentando calmarles, hasta que tuve cerca un promontorio de roca en el que me encaramé. Apagué los leds, y sin ellos ví mejor a los tres caballos (los leds te dan una buena visión de cerca, pero anulan la visión nocturna y sumen en tinieblas lo que queda fuera del campo de iluminación). Se detuvieron cerca, ya no les brillaban los ojos, empezaron a pastar... no se alejaban. Como he visto que a las cabras les gusta chupar la sal de la orina, meé desde arriba en la pared de la roca, por si les diera por entreterse mientras yo bajaba por el otro lado. Pero nada, ni caso, esperé un rato y ya me decidí a bajar disimuladamente por el otro extremo, para salir del trecho llano y continuar ascendiendo.
Y entonces los caballos levantaron la cabeza y empezaron a trotar hacia mí. De nuevo me puse nervioso y corrí hacia los matorrales del otro lado. Por suerte ya empezaba de nuevo la pendiente y en ese terreno los caballos no pueden correr tanto; ascendí mirando cada dos por tres hacia atrás, los ojos malignos seguían ahí, pero no se adentraron demasiado entre la maraña de jaras, allí se quedaron las lucecitas.
Continué ascendiendo todo lo rápido que pude y el resto del camino estuve un tanto intranquilo. En los trechos abruptos me sentía seguro, pero cuando el terreno llaneaba me entraba el miedo de que aparecieran más caballos.
Ya en la cima, entre los bastiones graníticos se escuchaba un lejano choque que cornamentas, una lucha de cabras, y apuntando con los leds, aparecían ojos resplandecientes por doquier en la oscura pared de roca que se recortaba contra el cielo estrellado. Es lo único que pude ver de las cabras: los ojos, por suerte. Éstas no decidieron acercarse a mí, ni yo a ellas. Son animales que por el día no me dan ningún miedo, pero en la oscuridad cualquier cosa me aterra. Escuchar movimientos y no poder ver bien el escenario...
Desde la sierra, las vistas hacia el Sur son caóticas: un horizonte de civilización, la contaminación lumínica de Madrid y su periferia, un pequeño respiro de mancha oscura por los montes y espacios protegidos de la Cuenca Media del Manzanares, y de nuevo las luces de la hiperurbanizada Sierra Oeste.
Regresé por el mismo sitio, pues la ruta que tenía pensada de vuelta tenía más zonas llanas, y por tanto más peligro de sustos. Afortunadamente, los caballos ya no estaban cuando tuve que cruzar la pradera de nuevo, aunque pasé sobre sus huellas recientes grabadas en el suelo blando y húmedo, junto a sus deposiciones.
La próxima vez me voy a llevar unos bastones de estos que se usan para trekking. Me sentiré más seguro con ellos, ya que podré mantener la distancia con cualquier bicho que corra más que yo, sin choque físico.
Cornicabras
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Las laderas de los montes están cubiertas por un bosque bajo de encinas y
cornicabras, que en esta época del año salpican de ocres y rojos el
paisaje. En l...