domingo, 17 de septiembre de 2006

visita al pasado

Mediodía soleado; un día agradable; aire limpio de Domingo en Madrid; apetece sonreir al salir a la calle; los bares están llenos de gente desocupada comiendo y tapeando.
Crucé la calle y entonces lo ví: quieto, discreto, sentado en la banqueta de la parada de autobús; él solo; dos personas más esperaban pero de pie, algo apartadas fuera de la marquesina. Era un anciano engalanado con un traje oscuro algo pardo que le inflaba el cuerpo; tenía un semblante melancólico, la cabeza ligeramente inclinada, mirando al suelo, o al enorme ramo de flores que sujetaba en el regazo. Era un ramo funerario: grande; predominaba el violeta y el blanco; largos tallos, con hojas verdes; y cintas anchas envolviendo.
En esa marquesina paran dos autobuses; uno de ellos, y en esa dirección, pasa por uno de los cementerios de la capital.

Es una de esas visiones que paralizan lo demás: la calle, los vehículos, el sol... todo se detiene, se difumina, se borra; y el recorte de la imagen de ese hombre en la marquesina se coloca en el centro, rodeado de un espacio trivial y un tiempo detenido. Pero no hay tristeza, más duro será cuando regrese al vacío de su hogar y recuerde lo que ya no está, y no haya sol alrededor, ni gente.

2 comentarios:

javier dijo...

Perder a un ser querido debe de ser lo más horrible que se pueda sufrir.

Yo por suerte aún no sé lo que se siente, y espero que tarde todo lo posible en averiguarlo.

Por el mero hecho de nacer ya estamos condenados a sufrir más tarde o más temprano.

Herel dijo...

Lo malo es cuando el cuerpo no está para empezar de nuevo... de joven te puedes recuperar de cualquier golpe y resurgir de tus cenizas.