Mediodía soleado; un día agradable; aire limpio de Domingo en Madrid; apetece sonreir al salir a la calle; los bares están llenos de gente desocupada comiendo y tapeando.
Crucé la calle y entonces lo ví: quieto, discreto, sentado en la banqueta de la parada de autobús; él solo; dos personas más esperaban pero de pie, algo apartadas fuera de la marquesina. Era un anciano engalanado con un traje oscuro algo pardo que le inflaba el cuerpo; tenía un semblante melancólico, la cabeza ligeramente inclinada, mirando al suelo, o al enorme ramo de flores que sujetaba en el regazo. Era un ramo funerario: grande; predominaba el violeta y el blanco; largos tallos, con hojas verdes; y cintas anchas envolviendo.
En esa marquesina paran dos autobuses; uno de ellos, y en esa dirección, pasa por uno de los cementerios de la capital.
Es una de esas visiones que paralizan lo demás: la calle, los vehículos, el sol... todo se detiene, se difumina, se borra; y el recorte de la imagen de ese hombre en la marquesina se coloca en el centro, rodeado de un espacio trivial y un tiempo detenido. Pero no hay tristeza, más duro será cuando regrese al vacío de su hogar y recuerde lo que ya no está, y no haya sol alrededor, ni gente.
Salamandra de Gredos
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La mayor parte de los montes están recubiertos de pinar de repoblación, y
sólo en algunas laderas se conserva el robledal autóctono, que a media
ladera es ...
2 comentarios:
Perder a un ser querido debe de ser lo más horrible que se pueda sufrir.
Yo por suerte aún no sé lo que se siente, y espero que tarde todo lo posible en averiguarlo.
Por el mero hecho de nacer ya estamos condenados a sufrir más tarde o más temprano.
Lo malo es cuando el cuerpo no está para empezar de nuevo... de joven te puedes recuperar de cualquier golpe y resurgir de tus cenizas.
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