domingo, 6 de agosto de 2006

una caja de cartón

Eran los años 80. Cuando era pequeño, escuchábamos un programa de radio que ponía la chacha, pues según ella decía, conocía en persona al locutor. Era un programa llamado "Los Lechuguinos" (o si no se llamaba así, lo cierto es que había lechuguinos [y no me pregunteis lo que son los lechuguinos porque ni idea, serán algo parecido a los Pitufos, los Fraguel o los Lunis]). Lo más destacado del espacio, o lo que se me grabó, eran las historias conmovedoras que relataba el locutor con su perfecta voz de locutor, con cadencia pausada y bien modulada, pues se dirigía a un público infantil en principio (y la gente cuando habla para los niños, habla en plan cura, entonando con énfasis), con una sintonía repetitiva de fondo, una sintonía instrumental sencilla de acordes: A-E-Bm/E-A -- Bm/E-A. Unos relatos cortos elaborados al estilo culebrón, preparados para conmover y despertar la lagrimita.

Una de las historias, reconstruída de memoria, era ésta:

Se acercaban las navidades y los padres de Pablo estaban muy preocupados porque no tenían dinero para comprarle ningún juguete. Eran muy pobres, habían hecho cuentas y el desembolso de comprar un juguete podía repercutir en otras necesidades básicas de la familia. De modo que cogieron una caja de zapatos, le ataron una cuerda y se la envolvieron como regalo con papel de periódicos viejos.
El día de Reyes, Pablo, como todos los niños, se levantó lleno de ilusión a recoger su regalo. Cuando lo abrió se quedó mirándolo atónito, y sus padres le dijeron:
-Es un camión, lo que habías pedido.
Los ojos de Pablo se abrieron como platos y se quedó maravillado con el juguete, y salió disparado a la calle con su camión.

En la calle estaba el resto de los niños estrenando sus regalos: muñecas, robots teledirigidos, bicicletas... y Pablo todo emocionado con su caja de zapatos tirada por un cordel.
Los demás niños se rieron de él cruelmente, pero ni un ápice de ilusión se borró de su cara; con su imaginación disfrutaba como el niño que era de su camión. Y tanto era así que los demás empezaron a extrañarse; empezaron a mirar sus caros y sofisticados juguetes y a preguntarse qué es lo que pasaba; se empezaban a aburrir de ellos y a preguntarse qué tenía aquella caja de zapatos de aquel niño que le hacía irradiar una felicidad que apagaba a los demás.

Y las burlas no tardaron en transformarse en envidia.
-Te cambio tu juguete por el mío -le dijo un niño ofreciéndole su megarobot.
-No, gracias.
-Te cambio mi bicicleta por tu camión.
-No.

Pablo era feliz porque sabía que sus padres le querían, y que aunque no habían podido comprarle nada, habían hecho ese camión para él, y no necesitaba más.

caja de carton

Nota: El final también podría ser que los demás niños dejan de lado sus regalos y acuden a jugar con Pablo y su camión.

3 comentarios:

Otratazadecafe dijo...

Sería genial tener la misma sensibilidad que de niños y emocionarse como entonces con estas cosas.
No sé si muchos niños hoy en día reaccionarían como Pablo o más bien acabarían con una rabieta increíble.

Es curioso como se nos quedan grabadas algunas cosas en la cabeza, a mi me pasa lo mismo con unas cintas de cuentos que nos compraba mi madre a mi hermana y a mi de pequeñas.
Que bien nos lo pasábamos tiradas en el suelo mirando el techo y escuchando una y otra vez las mismas cintas.
Lástima que se perdieran en alguna de las tantas mudanzas que hicimos... El cuento que más grabado se me quedó es uno que se llama "Gobbolino, el gato de la bruja". No sé si por el gato o porque me sentía identificada con la bruja :P

Eulalia dijo...

¿Odio esos cuentos para pobres, su mensaje de mansedumbre, o entiendo que el tener cosas no nos hace más felices?
Pero yo pasé mi infancia suspirando por una bicicleta...
Un beso

Herel dijo...

Eulalia, tienes razón en la medida de que no dejan de ser historias con propósito de adoctrinamiento, como pueden ser los sermones de una religión.
Pero leída con mente crítica es bonita, que cada cual saque sus conclusiones.

Taza, los niños lo que tienen es mucho por descubrir del mundo, y cada cosa nueva que descubres te maravilla. Por eso es irremediable que cada vez nos impresionen menos cosas, cada vez sabemos más, y ni lo nuevo es totalmente nuevo, siempre hay parecidos y relaciones con cosas que ya conocías.