martes, 24 de marzo de 2020

Sapiens

El año pasado me leí "Sapiens, de Animales a Dioses", publicado por Yuval Noah Harari en 2011, que presenta una interesante teoría según la cual, la superioridad del homo sapiens sobre otras especies humanas de la antigüedad hoy extintas (como el neanderthal o el homo erectus) es, precisamente, algo muy ridiculizado y criticado por los que van de superiores: lo que podríamos llamar el borreguismo, el fanatismo, la fe, la credulidad.

Vamos a plantearlo con un ejemplo del propio libro. ¿Por qué el homo sapiens se impuso sobre el neanderthal en Europa?
¿Acaso era el neanderthal menos inteligente o carecía de pensamiento abstracto? No
¿Acaso estaba el neanderthal peor adaptado al medio? No, al contrario
¿Acaso era el neanderthal inferior numéricamente? No. pero aquí está el truco.

Pongamos que el neanderthal era un tipo menos manipulable, menos predispuesto a confiar en quien no conocía personalmente. Esto limita las relaciones e intercambios al grupo con el que tenía trato habitual, que suele tener un rango límite de un centenar de indivíduos (dato estimado en torno al tamaño máximo de los grupos de simios). Más allá de ahí no se puede conocer bien a todos los miembros del clan. Esto impedía al neanderthal formar grandes comunidades o cooperar juntos para un proyecto superior, para beneficio de todos, o para beneficio de otros autosacrificándose.


Nuestra especie, en general,  es bien distinta, como sabemos. Podemos ver a millones de personas unidas en torno a entidades inventadas, dioses invisibles, símbolos, ídolos, artistas o deportistas que no hacen nada útil ni por nosotros objetivamente. Objetivamente no hacen nada útil, pero pueden mover masas... y eso sí que puede ser útil...

Entonces, pongamos que en Europa hubiera 100.000 neanderthales contra 10.000 homo sapiens recién llegados, compitiendo por el territorio.
Los neanderthales lucharían en grupos de 100 cada vez, incapaces de asociarse con otros neanderthales desconocidos.
Los sapiens en cambio lucharían formando ejércitos de miles cada vez, unidos bajo una religión inventada, un trapo de colores, unas pinturas símbolo de una identidad, bajo jerarquías más fuertes. Los sapiens no necesitan conocerse entre sí para confiar y trabajar juntos. Un soldado vestido de rojo se encuentra con otro soldado vestido de rojo y le considera de los suyos aunque no le conozca de nada, porque va vestido de rojo.
Un acólito de cierta religión se encuentra con otro acólito de esa misma religión en medio del desierto, y aunque no conozca de nada al sujeto, reconoce su forma de vestir y sus símbolos, y asume que comparte sus mismos valores, y por tanto confía en él. Le puede dar la espalda sin temor a ser acuchillado a traición.
Uno puede reconocer a un policía no porque conozca personalmente a ese hombre y sepa que es policía, sino por su ropa, por su uniforme. Podría ser un farsante disfrazado de policía, sí, pero confiamos en que no sea así.

He trabajado de figurante en películas de forma puntual, y ahí se ve estupendamente este fenómeno. Cuando llegas de calle te encuentras con decenas o cientos de personas que no conoces y con las que no sientes ningún vínculo. Te pasan por vestuario y maquillaje, y conforme vas saliendo, te vas arrimando y empezando conversaciones con los que están disfrazados de lo mismo que tú. Los policías con los policías, los ladrones con los ladrones, los nobles con los nobles, los lacayos con los lacayos. Y el resto del día haces grupillo con los de tu gremio ficticio a través de ese vínculo ficticio. Es ficticio pero funciona. El traje hace al monje, descaradamente.

La gente confía en el dinero a pesar de ser un trozo de papel, y comercia con él con desconocidos de los que en principio no se podría fiar. Si no actuáramos así nuestra capacidad de intercambio y cooperación se vería terriblemente limitada. La civilización se basa en actos de fe constantes necesarios.

Y así sería como, aun siendo minoría en el total, los sapiens barrieron a los neanderthales, aliándose en grupos mayores. Mil guerreros vencen a diez mil si los primero luchan todos juntos y en cambio los segundos luchan separados en pequeños grupos.

El fanatismo humano, la facilidad con la que creemos en entes imaginarios o seguimos a líderes desconocidos, es un gran poder y a la vez una gran vulnerabilidad explotada por algunos indivíduos para poner a otros a su servicio, o enfrentar a grupos entre ellos en base a identidades reales o construídas mentalmente.

Y en casos como el de la pandemia actual, nos va a permitir sobrevivir mejor que si fuéramos más anárquicos.
Y aquí también se ve que algunas sociedades, como las orientales, cooperan mejor para superar las crisis. Quizá porque son más uniformes y por tanto ven a sus conciudadanos, aunque sean mayormente desconocidos, más como parte de su tribu que en las sociedades más diversas.

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