Me dirigía a una papelería de Argüelles, con el sol de la tarde deslumbrando la calle. Cuando llegué a la altura de donde sabía que estaba la tienda, sin si quiera mirar escaparate ni letrero, bajé directamente por los escalones.
Me encontré de frente con una chica tras un mostrador, y rápidamente me dí cuenta de que aquello no era una papelería, sino una clínica.
Por poco no inicié un diálogo digno de Rompetechos.
La papelería en verdad estaba unos pasos más adelante.
Cornicabras
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Las laderas de los montes están cubiertas por un bosque bajo de encinas y
cornicabras, que en esta época del año salpican de ocres y rojos el
paisaje. En l...
6 comentarios:
jajaja pues me ha recordado a una historia que le pasó a una conocida que es acojonante lo empanado que se puede llegar a ser. Un día tengo que escribir sobre ello...
Tu tranquilo, que eso le puede pasar a todo el mundo. Yo un día me metí en un coche de alguien que no conocía por equivocación, y no era ni del mismo color!
Je, lo de equivocarse de coche es muy típico, porque claro, todos tienen cuatro ruedas y así no hay quien los distinga XD
eso le dije yo a mi novio que estaba en el coche de atrás cuando subí al adecuado! con tanto coche, quién se aclara?? :P
Jajajaja chicos, chicos, eso de los coches tiene mucho peligro, casi es mejor dialogar en plan besugo con la de la clínica :)
Despistes de estos los hemos tenido tod@s, aunque ahora no recuerdo ninguna anécdota.
Herel, menos mal que no llevas gafas y que eres más agraciado que el Rompetechos del cómic, sino hasta te podrían haber confundido :P
Es que si entro con gafas de culo de botella y bigotillo y le pido un cartabón la tía se muere de risa.
Cuántas veces me ha pasado esto a mí. XD
Soy un auténtico despiste (y bueno, mi escasa miopía no tratada ayuda). La anécdota más graciosa que recuerdo fue en una ocasión en la que inauguraba gimnasio y con la emoción me metí en una clínica privada pegada al gimnasio, es decir, estaban situadas puerta con puerta.
Otro despiste gordo, pero éste fue debido a la costumbre de seguir cada día la misma rutina, fue que yo tenía la costumbre de aparcar el coche en el campus de mi ciudad delante de la misma facultad. Un día que voy a recoger el coche y no lo encuentro, en vez de sospechar que lo había aparcado unos 100 metros más adelante en esa calle, por mi cabeza pasaron nefastas ideas como: grúa, robo, expediente X, etc.
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