Ante el primer indicio de que la noche se aclara las alimañas corren a esconderse en sus profundas guaridas, a la vez que otros seres vuelven a la vida para respirar el aire del alba; oxigenan sus cuerpos para afrontar el nuevo día y aprovechar al máximo el calor y la luz.
Unos despiertan despreocupados y desafiantes, pues son fuertes y no temen a nadie. Otros otean antes con receleo, se mueven a hurtadillas olfateando cada habitación del bosque.
Las pequeñas aves trinan, seguras en la alturas de los árboles, mientras lejanos acechadores planean maldades traspasando horizontes y follajes con sus miradas gélidas.
Tras proferir su amenazante chillido de guerra, despliega sus enormes alas al sol y se lanza en picado hacia los valles, saltando desde su nido de las cumbres. Los trinos se han detenido por un momento, las avecillas tiemblan y los roedores miran al cielo confusos sin lograr enfocar un punto concreto. El tiempo y el mundo parecen detenidos pero la luz crece y las sombras menguan a la vez que se hacen más oscuras en el bosque inerte.
El carnero blanco se agita nervioso en la pradera, se ve así mismo a través de otros ojos, en mirada ajena. Intenta correr, alejarse, pero algo se lo impide. Prueba otra dirección, y el mismo golpe cuando la cuerda se tensa. Está atrapado, vuelve a mirar al cielo, lo oye venir, como una ráfaga. Como una ráfaga aparece, rasante, y sus garras se clavan en su cuerpo, lo levantan hacia los cielos, vuela... pero la cuerda vuelve a tensarse y las garras desgarran. El gran ave suelta la presa, obligada y dolorida, y vacila en el aire unos segundos intentando recuperar el control, el arriba y el abajo, consciente de que el suelo queda más cerca que el arriba y la inercia le lleva contra él.
Al mismo tiempo el cazador se levanta de la fosa en la que esperaba tumbado, cubierto de tierra y matorrales. Ahí queda grabada su silueta; corre hacia el gran ave que está a punto de estrellarse violentamente.
El ave rueda hasta frenarse y se dispone a incorporarse de nuevo, observa al homínido a la carrera, la presa se acerca... ¡¿La presa se acerca?! ¿desde cuándo las presas se acercan en lugar de huír?
En este bosque hay unas reglas, unas jerarquías de depredadores, y el gran ave está en la cima de los depredadores... por detrás tan sólo del gran oso. Es el único que no huye, todas las demás criaturas lo hacen, pero este homínido no huye como los demás ¿Acaso actúa como un carroñero y le da por muerto? Le demostrará la fuerza de su pico y de sus garras. El gran ave no suele cazar así, pero no hay tiempo, se ha dañado un ala, no podrá volar bien tan pronto. Será pan comido, el gran ave ha cazado muchos homínidos, los ha atravesado con sus poderosas garras mientras trataban de huir.
Una parte del cuerpo del homínido se separa de él y se hunde en su pecho: una rama afilada. A continuación, otra parte del cuerpo del homínido, como un tronco grueso, se despliega y le golpea con fuerza en la cabeza, en el lomo, en las alas...
Los homínidos no respetan las reglas, y además hacen trampa. Usan cosas que no forman parte de su cuerpo. Cosas más afiladas que su cuerpo, cosas más duras que su cuerpo.
Llegarán a volar, como el gran ave, pero haciendo trampa.
Cornicabras
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Las laderas de los montes están cubiertas por un bosque bajo de encinas y
cornicabras, que en esta época del año salpican de ocres y rojos el
paisaje. En l...
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