Anécdotas apócrifas de la historia
De lo acontecido al pastor Nicanor
por tocar por los montes un tambor
por tocar por los montes un tambor
Se cuenta de un pastor, de nombre Nicanor, natural de una aldea de nombre intrascendente, pues las más de las veces se las pasaba en el monte o haciendo noche en los apriscos serranos donde se recogía con su ganado ovino y su bota de vino.
No le veían apenas el pelo en la aldea, y menos en la iglesia, lo que había provocado que sobre él se cernieran una serie de perversos rumores, rumores iniciados por la afilada lengua retórica del párroco local Don Crispín -que viajaba por la comarca en un flamante asno, y que había estudiado en Salamanca- y extendidos y ampliados en sus consecuencias por su cohorte de señoronas chochas de refajo y mantilla, de las que se lavan por dentro con agua bendita.
Un buen día, en sus trotes por jarales y roquedos, se encontró el pastor un viejo tambor, algo deslucido por la intemperie, pero totalmente funcional. Y de este fortuito encuentro surgió una nueva afición.
Lo llevaba consigo por los montes, y cuando se detenía lo tocaba, añadiendo ritmo a la desacompasada balada de balidos.
En días calmos, a veces, el sonido se escuchaba en la aldea, rebotado por los valles, e incluso algunos aldeanos le avistaban allí, pequeñito, en lo alto de las peñas con su tambor.
¡El loco solitario!
¡Está invocando al diablo! - sugirió Don Crispín, y como había estudiado en Salamanca y sabía de todo, por ejemplo latín, todos le creyeron.
El mismo Don Crispín, por librar a la comarca del mal que se cernía sobre ella a causa de las acciones de aquel endiablado, organizó una comitiva compuesta por varios labradores armados con varas, sus señoras con atizadores y crucifijos, una reliquia de la Virgen de los Songojos -patrona de los mancos y los cojos-, y un tanque de mortífera agua bendecida que cargaban entre cuatro mozos.
Se echaron al monte con un paso que pretendía ser solemne pero que se tornaba más bien tambaleante por aquellos caminos de cabras. Marchaban con Don Crispín a la cabeza, y los demás detrás de su cogote, tomando por donde los ágiles zagales, actuando de emocionados chivatos, indicaban, pues ya se habían adelantado para localizar a Nicanor.
El pastor, prevenido al haber tomado por sorpresa e interrogado a uno de los chiquillos, esperó a que el grupo llegara y, una vez todos allí, con la prepotencia de su falta de fe, se encaró con el cura sin darle tiempo a éste a preparar el tono de voz con el que pretendía abrir su deslumbrante discurso inquisidor.
-¡He oído que me acusáis de invocar al diablo con mi tambor!
-¿Acaso lo negáis?
-No puedo negarlo ante la presente evidencia de que el diablo ha acudido.
2 comentarios:
Jajajajaja qué gracioso el pastor :-)
¿De dónde sacas estas historias?
La idea de ir a linchar a alguien por ser demoniaco o diferente, me recuerda a "Frankestein" XD.
La idea de linchar a alguien por ser diferente o no integrarse en el rebaño es una constante.
Publicar un comentario