domingo, 12 de agosto de 2007

cubrir el área

La primera opción es la que vale... No siempre, pero estadísticamente, creo que es más eficiente no abandonar la idea inicial, apostar por la intuición o por la persistencia. Cuando se dejan metas a medias para empezar otras, que a su vez se volverán a dejar a medias para ponerse con nuevas que surjan, puede ocurrir el efecto "dejar de cavar a un metro del oro".
Yo no tengo paciencia, soy un culo de mal asiento, si algo no sale como yo espero me cabreo o me aburro, abandono y busco otra cosa.

El caso es que las opciones descartadas que dejas atrás empiezan a pesar cuando restrospectivamente descubres que eran mejores que aquella con la que estás en ese momento. Esto agudiza el proceso de abandono y emborrona la intuición. A base de descartar sistemáticamente por no arriesgar, dejas de escuchar a tu intuición y actúas de forma aleatoria... peor que aleatoria: perdida. Como un equipo de jugadores de fútbol que, en lugar de repartirse el campo y los contrincantes, se dedicaran a correr en tropel detrás del balón allá a donde fuera (creo que la primera vez, de pequeños, todos hemos jugado así hasta que aprendemos un poco de estrategia). Pero esa no es la mejor forma de hacerse con el balón, así no se consigue la victoria.

¿Cuántas veces habré abandonado a un metro del oro? A veces es cuestión de un picotazo más; a veces es cuestión de una palabra más; a veces es simplemente cuestión de esperar una hora más, aunque durante esa hora no haya indicios de oro.
Una inercia nefasta.

Podría parecer que esta teoría es opuesta a la corriente librodeutoayudótica de "Quién se ha llevado mi Queso", que aboga por la constante movilidad en busca del objetivo que se desplaza y cambia de lugar. Pero no tiene por qué. Podrían conciliarse de la siguiente forma: no se trata de correr detrás del queso, sino de esperarle en un lugar por donde tenga que pasar. De lo contario, el queso podría estar dando vueltas alrededor de la manzana y tú dando vueltas también por la fachada opuesta sin llegar a alcanzarlo ni verlo en ningún momento.

En el caso de querer huir de un peligro, la táctica es la inversa. Ejemplo:
Nos encontramos en la ciudad de Quesocaduco, la ciudad más peligrosa del mundo. Los quesos podridos deambulan por las calles en busca de víctimas. En su deambular, tarde o temprano habrán pasado por todas las calles en algún momento. Si nos quedamos parados en una esquina, la posibilidad de que nos los encontremos es cierta; si también nos movemos, en cambio, es incierta: existe la posibilidad de no toparnos con ninguno.

Claro que... los quesos podridos también pueden estar parados, en cuyo caso la estrategia es estar igualmente quieto.

Las profesiones estáticas de cara al público: porterías, bares... acaban encontrando todo el oro y la mierda en movimiento, porque cubren durante horas zonas por las que todo lo que se mueve acaba pasando... bueno, no todo.

4 comentarios:

JC77 dijo...

Tras tomar unas cuantas decisiones erroneas, yo apuesto por la intuición y la espontaneidad. Cuanto más me he pensado una cosa, mayor ha sido la equivocación.

Y no es que crea en el destino, pero si en que hay cosas inevitables que ni se buscan ni se encuentran por casualidad.

Herel dijo...

Quizá es que hay cosas que están en cualquier sitio, pero sólo se encuentran si cavas lo suficientemente profundo. De modo que resultaría más rentable emplear las energías en cavar un hoyo de 1000 metros que en 100 hoyos de 10 metros.

César dijo...

Ah, señor, toca usted el defecto que más me pesa en mi carácter. Comparto tu debilidad, por supuesto... es más, probablemente yo la llevo a niveles aún más trágicos.

Ciertamente, la espontaneidad tiene lo suyo. Ya lo dijo el Sabina, "no hay nada peor que añorar lo que nunca jamás sucedió". Pero si te interesa (y no sé porqué pienso que últimamente andas reflexionando mucho sobre decisiones y elecciones pasadas y futuras, en lo que toca a la cosa sentimental), también se le puede echar matemáticas a esto.

Considera el problema de la "dote del sultán". Es como sigue. Un sultán buena onda te ha concedido una de sus cien hijas en matrimonio. El sultán te las presentará una por una, y al presentarte a cada una te dirá el monto de la dote que recibirá esa hija si se casa. Tú debes decir, al momento de que te presenten a una hija, si deseas casarte con ella o si más bien no te late, en cuyo caso te presentarán a la siguiente. Tú no sabes en qué orden te las va a presentar.

El problema siendo, por supuesto, maximizar la posibilidad de elegir a la hija con la dote más cuantiosa....

AH. Er, perdón, elegir a la hija que inspira más amor en tu corazón.

A este problema le han echado coco los matemáticos, y existe una solución. Omitiendo aquí las ecuaciones, que son peludas, la estrategia óptima es hacer que te presenten a n / e hijas, donde n es el número total de hijas (e.g. 100) y a partir de ese punto elegir a la primera que sea mejor que todas las que ya has visto. Esto es, debes rechazar las primeras 37, y a partir de ahí elegir a la mejor opción hasta el momento.

Esta estrategia te da una probabilidad sorprendentemente alta de elegir a la hija con más diner... OUCH, perdón de nuevo, a la más tierna y adorable: alrededor del 37.10%.

Aplicar esto a la vida queda como un ejercicio trivial para el lector. Como nota, obviamente, tú no sabes cuántas opciones tendrás en la vida... pero puedes extrapolar una estimación educada a partir de la experiencia pasada. Digamos, si esperas toparte con unas 20 opciones serias más en lo que te queda de vida, tu estrategia óptima es rechazar 7 y luego elegir a la primera que sea mejor que todas las que has conocido.

Sí, yo sé, soy un romántico incorregible.

Referencias: Wolfram MathWorld, Wikipedia.

Y perdón por el rollo, je :)

Herel dijo...

Por desgracia, en aplicaciones sociológicas, las matemáticas funcionan estadísticamente; sólo resultan ciertas -suponiendo que la fórmula sea buena- cuando la muestra es muy amplia, de modo que los defectos compensen los excesos y la media se mantenga.

De 10.000 sultanes quizá la mayoría elegirían un órden que se adecuaría a la probabilidad de éxito de la fórmula, pero, ¿y si en concreto te toca uno que coloca los máximos valores en las 37 primeras dejando la chatarra para las siguientes?

Es divertido jugar con las matemáticas, pero la vida es más compleja.

Y de rollo nada, muy interesante la teletransportación del problema a la dimensión de los números.