viernes, 10 de marzo de 2006

cruces


El cielo se mantuvo mayormente nublado, con algunas aperturas fugaces de sol que coloreaban el paisaje montañoso a bandazos, lo hacían resplandecer y lo apagaban a gran velocidad, alegría-tristeza, calor-frío, esperanza-nostalgia, vivo-inerte. Hasta que empezó la llovizna, sirimiri que dicen en el Cantábrico, tranquila y chispeante, que a ratos se te venía contra el cuerpo empujada por antojadizos soplidos de viento, como un pulmón gigante que estornuda cerca de tí.
Mi rodilla iba tocada, me lexioné la semana pasada, pero no me importaba, intentaba cargar poco la pierna derecha; la lluvia tampoco me importaba para mi paseo, es sólo agua, y ésta en concreto refresca pero no cala; ni me importaba el viento, al contrario, es agradable, es una señal de que el planeta está vivo pese al ser humano, es más fuerte, más fuerte que todos. Mientras el planeta respire y lata, yo podré vivir en él.
Y de pronto cruces. En lo alto de ese risco había muchas cruces, pero sólo una quedaba en pie; el resto habían sido derribadas por los golpes de viento, y sus pedazos -maderos y cordeles- se encontraban dispersos, estrellados en hoyos o aferrados encajados entre las grietas de las rocas. Miré hacia abajo, hacia el valle, y divisé dos figuras corriendo hacia el edificio. Es cosa de ellos, sus ritos, sus símbolos: los plantadores de cruces. Eran sólo cruces, pero su ubicación tenía algo de obsesivo y algo de esotérico, si no fuera porque pertenecían a una religión con la que he crecido, y estoy tan acostumbrado a sus formas como a la forma de los cubiertos que uso para comer.
-Pero, ¿por qué tantas cruces? - me preguntaba; todo aquello se me antojaba siniestro. Empecé a descender la ladera y de vez en cuando volvía a dirigir la mirada hacia ese punto, a otear hacia el valle... el edificio permanecía impertérrito allí abajo, ajeno a la lluvia. Y ya no se veía a nadie por ahí.

Empezó a caer la lluvia, era una lluvia suave, de la que refresca pero no cala, de modo que no nos molestamos, -es sólo un poco de agua- y seguimos arreglando la cerca. Los trabajos de mantenimiento no me parecían en absoluto pesados, era agradable trabajar con tanta tranquilidad en ese lugar y con tan buen compañero; y admirar lo bonito que iba quedando todo: el césped, los setos, los árboles, los bancos, los caminos. Trabajaba con verdadero amor, me gustaba aquello, y el corte, con un apañado vendaje, que me hice el día anterior en un dedo no me impedía en absoluto para mis labores manuales, simplemente intentaba no forzar ese dedo.
Empezó a soplar el viento mucho más fuerte, sentí gotitas frías salpicando mi cara, y noté que mi ropa se empezaba a empapar; lo cierto es que el viento me hace sentir más vital, esa fuerza que intenta empujarme, una gravedad horizontal que alivia la gravedad vertical y te lleva hacia adelante, hacia atrás, hacia arriba... sí, también hacia arriba, es agradable, sí.
La llovizna se volvía más densa, y los riscos irregulares de las primeras estribaciones de la montaña parecían cada vez más distantes y misteriosos, desdibujándose tras finos velos de agua.
Y entonces miré a lo alto, y ví una forma que se movía sobre el risco de nuestras cruces, ¿quién podría andar ahí arriba con este tiempo? Sentí un escalofrío ante esa escena, imaginando a aquel que se deslizaba furtivamente entre las rocas: el que tira nuestras cruces.
-¿Quién será?- Al final decidimos resguardarnos y corrimos dentro, siendo bienvenidos por el agradable olor a madera de encina de la chimenea. Aquella figura se me había antojado esotérica y siniestra, de vez en cuando me acercaba a la ventana y volvía a escudriñar hacia la montaña... los riscos permanecían impertérritos allí arriba, ajenos a la lluvia. Y ya no se veía a nadie por ahí.

4 comentarios:

aiyana dijo...

;)

Herel dijo...

Sí, es muy ;) aunque a alguien le pueda parecer :/ o algo :P

Otratazadecafe dijo...

Me han encantado esas dos visiones del mismo momento, sobretodo la descripción del tiempo que hacía y lo que sentía quién lo escribe.

(Desde que de pequeña mis padres decidieron meterme en un colegio de monjas que había cerca de casa, asocio las cruces con una época desagradable, pero al mismo tiempo es un símbolo que me atrae. Como la cruz de los caídos, que veo desde la ventana de alguna habitación de la casa, a pesar de lo que significa, sobretodo cuando se está poniendo el sol atrae mi mirada como un imán)

Herel dijo...

La Cruz de los Caídos la asocio con una parte de mi familia de estructura muy tradicional, misas del gallo en año nuevo; guardia civil; el trayecto por la noche por el denso bosque nevado; la plataforma del templo de granito escavado en la montaña emergiendo de pronto; la cruz oculta entre nubes iluminadas por focos que apuntan hacia el cielo. A mí me atrae todo lo sublime y misterioso, la forma, que no quiere decir que comparta las ideas para las que se crearon esos símbolos, cada cual los usa como quiera.