Penetró en el almacén del recalcitrante tendero y entabló con él una larga y animada discusión, cómica también probablemente, ya que con gran trabajo refrenaba unas violentas ganas de reír. Cuando todo acabó volvióse Roberto hacia Hamilton:
–El señor Luis Monteiro, óptico, ha rehusado y rehusa trabajar en servicio de usted porque...
–¿Por qué?
–Sencillamente, porque usted dejó de saludarle esta tarde.
–¡ Cómo! –dijo Hamilton estupefacto.
–¡Como lo oye...! Cuando pasamos nosotros después del almuerzo, el señor Luis Monteiro estaba a la puerta. Le sonrió a usted, y usted por su parte le reconoció; le consta sin embargo, no se dignó bosquejar siquiera el menor saludo. Tal es, a sus ojos, el crimen de usted.
–¡Que se vaya al diablo! –gritó Hamilton indignado.
Apenas si escuchó a Roberto cuando éste le explicaba el inverosímil rigor del ceremonial en las Azores. Todo se hace allí con arreglo a un inflexible protocolo.
Si el médico consiente en cuidaros, el panadero en suministraros pan, el zapatero calzado, es con la condición de que se les salude muy fina y cortésmente a cada encuentro y que se les honre con afectuosos presentes en épocas determinadas.
Todo esto penetraba con mucha dificultad en el cerebro del baronet.
(La Agencia Thompson & CIA, Julio Verne)
1 comentario:
Mi hermano estuvo meses en las Azores el año pasado y lo más raro que me contó es que el sábado había un baile y los jóvenes bailaban agarrados cualquier tipo de canción de una manera muy rara, como añeja. No me extraña entonces que tal vez en ese contexto antiguo, le den esa importancia al saludo. Yo también se la doy, y en general a las cuestiones de honor, que hoy en día parecen de trasnochad@s.
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