martes, 21 de junio de 2011

Bajo la solana

Salí sobre las 7.15 de la mañana, pasando algo de fresquito los primeros minutos, pero a las 8:30, en el carril bici del Colmenar, a poco de llegar a Tres Cantos, el sol ya pegaba cosa fina.
Tras dejar atrás Colmenar me metí por una vía pecuaria que había examinado desde Google Earth, con la intención de recorrer la zona baja del Embalse de Santillana, por la que nunca antes había estado.
La pista de tierra, descendente y llena de baches, fue un gran alivio para mis energías y mi culo después de dos horas y media pedaleando cuesta arriba por el carril bici.
Tras atravesar la vía del tren por un túnel, un cartel nos da la bienvenida al parque natural de la Cuenca Alta del Manzanares.
La gran cuesta abajo se termina al alcanzar el paso sobre río Manzanares, aguas abajo del Embalse de Santillana, que por aquí discurre por una vaguada abierta, aunque más adelante se encajona de nuevo entre paredes de granito.
Al otro lado, el camino, cortado por una gran finca vallada, gira para seguir en paralelo al río a poca distancia, hasta llegar a la carretera de Cerceda, que sobrevuela la zona por un puente.
Veo que por aquí viene el GR-124 y decido seguirlo en sentido contrario, tomando la pista que asciende a mano derecha por detrás de mí, rodeando la gran finca que cortaba la dirección principal. Espero cruzar al otro lado de la carretera más adelante...
Ahora toca cuesta arriba por una pista ancha llena de pedroleras y alguna que otra balsa de arena.
Después de tanta bajada subo descansado, como si fuera un paseo, y lo único que más adelante empezaré a notar es la solana que me está cayendo en la cabeza por esos parajes sin sombra, y la escasa y cada vez más calentorra provisión de agua que llevo conmigo.
Hago una parada para comerme todo el chocolate que llevo, reblandecido, antes de que el calor lo termine de convertir en una papilla intragable.

Hacia el Norte, a mi derecha veo las paredes de la Pedriza Anterior y la Cuerda Larga, salvo cuando Cabeza Illescas y los cerros anexos las tapan, y hacia el Sur, a mi izquierda, puntualmente se abre un hueco a través del cual se divisa Madrid, básicamente las cuatro torres.
Al poco de pasar unas construcciones del Canal de Isabel II, desde un alto diviso las crestas de la Sierra de Hoyo y el camino que sigo no tiene pinta de tener una escapatoria hacia la carretera antes de llegar a Cerceda, así que me doy media vuelta.
Y volviendo, me topo con una fuente-abrevadero que no había visto a la ida, la Fuente de las Liebres. Pruebo el agua: está fresca pero tiene un sabor muy fuerte a caño, así que prefiero no arriesgarme y tratar de aguantar con mi menos de medio litro de agua calentorra.
Como había estado subiendo, el regreso es una bajada divertidísima, de llevar el culo levantado del asiento y lidiar con algunas zonas de pedrolos o arena que se te lleva la dirección.
Una vez de nuevo junto al Río Manzanares, cruzo la carretera de Cerceda por debajo del puente y en lugar del GR-124, sin cruzar el río, tomo otra vía pecuaria a mano derecha.
La pista, en lugar de discurrir por los frescos valles, va subiendo y bajando por los montes, encajonada entre fincas celosamente valladas y prohibiendo el paso. Voy acabando con el agua bajo un sol de rigor, aunque cada trago que doy a la botella se me revuelve el estómago del caldo en que se ha convertido.
En cierto momento la pista que iba siguiendo desemboca en una fuerte curva donde la continuación es algo confusa.
La pista sigue más marcada por vehículos hacia arriba, pero decido tirar hacia abajo, por un sendero borroso entre pastos verdes que se sumerge en una fresneda. El frescor y la sombra que dan los fresnos merecen la pena.
La mancha de fresnos, ubicada en un hoyo, desaparece cuando el terreno comienza una ascensión hasta un altillo, desde el que vuelvo a tener amplias vistas de la sierra a mis espaldas, de Madrid hacia el frente, y de la carretera de Hoyo de Manzanares a poca distancia.

Ya sólo tengo que dejarme caer desde el alto en el que estoy para alcanzar dicha carretera.
Carretera arriba se abre la pista que lleva hacia el Puente de la Marmota y de ahí a Tres Cantos, pero como estoy muerto de sed, tiro en dirección contraria, rumbo a Colmenar a ver si puedo beber algo por allí.
La carretera se precipita hacia la hoya de granito por la que discurre el Río Manzanares, un gran descenso hasta la pequeña presa del Grajal que luego hay que volver a subir por el otro lado. Esta carretera cuenta con buenas condiciones para circular por ella en bici. Tiene poco tráfico; los carriles son estrechos, invitando a los conductores a no correr, y además están recortados en los laterales con una franja de diferente tono que se asimila a un carril bici que muerde la calzada. Aunque no he visto aún indicación que así lo establezca, en la práctica funciona como tal.

Atravieso Colmenar Viejo por uno de sus carriles bicis, pero éste discurre por zonas de barrios nuevos, sin bares ni fuentes a la vista (y por no haber no hay apenas ni edificios ni gente).
Me limito a refrescarme metiendo la cabeza en un aspersor de riego de un parque y continúo hasta el carril bici principal, hasta la primera gasolinera de la M607, donde me tomo un refresco frío que me salva la vida, y lo que me queda hasta Madrid.

Llegué con la piel roja achicharrada, las marcas de las gafas, los guantes y el culotte. Menos mal que ya había ido cogido moreno poco a poco en días anteriores, que si no acababa despellejado.
109 kilómetros en 6 horas y media.

2 comentarios:

Piedra dijo...

Si la cosa sigue igual y me tengo que echar al monte, te pedire consejo, que en esto de rutas estás muy puesto. jejeje

Herel dijo...

Eso de echarse al monte cada vez será más difícil, pues cada vez hay menos monte y mas gente.
No te creas que yo también lo he pensado.