viernes, 22 de abril de 2011

La Rebelión de Atlas

Cuando hablamos de historias de denuncia social y distopía, normalmente nos imaginamos una visión desde el punto de vista del humilde trabajador explotado por los de arriba.
"La Rebelión de Atlas", que originalmente pretendía titularse "La Huelga", nos propone una huelga distinta. Se trata de una huelga de los emprendedores, de los inventores, de los empresarios en contra de sus explotadores: los vagos, los holgazanes, los cobrasubvenciones, los políticos, los legisladores, los especuladores, los accionistas...
En definitiva, una huelga de los productores de bienes contra los saqueadores.

Nos plantea esta pregunta: ¿Qué ocurriría si los más válidos decidieran rendirse y dejar de producir, así sin más? ¿Qué ocurriría si Atlas, el titán condenado por Zeus a cargar sobre sus espaldas el peso del mundo, decidiera abandonar su puesto? ¿Quién soportaría el peso del mundo? ¿Quién produciría los bienes de cuyo saqueo vive la mayor parte de una sociedad subvencionada y victimista?

La autora, Alisa Zinovievna Rosenbaum, nacida en San Petersburgo, detestaba su país, Rusia, a partir del régimen socialista que se apoderó de él y que expropió las posesiones de su padre para "colectivizarlas". En 1925 logra un visado para Estados Unidos donde se establecerá con un nuevo nombre: Ayn Rand.

Dagny Taggart es la heredera de una importante empresa de ferrocarriles americana, junto a su hermano Jim.
Jim tiene la cabeza impregnada de ideas socialistas, de deber social, que le llevan, por ejemplo, a trazar tramos ferroviarios por zonas de excasa demanda, donde tan sólo existen unas pocas granjas dispersas, ya que "esa gente también tiene derecho a recibir un servicio de ferrocarril".
Dagny, en cambio, sólo piensa en lo que es mejor para su ferrocarril,  y centra todos sus esfuerzos en competir con las otras compañías ferroviarias para mantener las líneas que sirven a las grandes industrias, las más lucrativas.

Pero el mundo está cambiando, las ideas socialistas como las que flotan en la cabeza de Jim se están apoderando de todos los países del mundo, y, primero las asociaciones gremiales, y luego la nueva clase política, empiezan a aplicarlas imponiendo sus propias reglas del juego:
LEY DE IGUALDAD DE OPORTUNIDADES
Mediante la cual se limita la producción de los grandes industriales para que otros empresarios más pequeños puedan competir. Se dicta cuánto pueden producir, a quién tienen que vender, cuánto pueden comprar, cuánto pueden expandirse...
En el tema ferroviario, se regula la competencia, se obliga a dar servicio a zonas poco rentables, así como a reducir la velocidad y el número de vagones de los trenes de las líneas más eficaces para que las compañías menos eficaces puedan competir con ellas, además de dar trabajo a más personal al tener que hacer más -inútiles- viajes.
El resultado empieza a verse como pérdidas económicas por todas partes, e industrias que dejan de ser rentables. El gobierno lo soluciona todo con subvenciones, mantiene un modelo insostenible subvencionando a los parásitos e inútiles con el dinero que saquea a los empresarios que consiguen seguir siendo eficaces a pesar de las trabas.
La cantidad de leyes restrictivas con excusas sociales e igualitarias crece sin parar, y la clase política y sus amigos hacen lucrativos negocios gracias a ellas, poniendo a los empresarios entre la espada y la pared.

-¿Pensó que no lo sabíamos? -preguntó en el tono sugerente de quien pretende impresionar a un colega en actividades criminales, desplegando ante él una astucia superior- Esperamos mucho tiempo para conseguir algo de usted. Ustedes, los honrados, son un gran problema y una gran complicación, pero sabíamos que tarde o temprano cometería un desliz y esto era simplemente lo que queríamos.
-Parece que está muy complacido.
-¿Acaso no tengo motivos para estarlo?
-Después de todo, violé una de sus leyes.
-Sí, ¿y para qué cree que se dictan?
El Dr. Ferris no notó la súbita expresión que se había pintado en la cara de Rearden, la de quien acaba de ver por primera vez lo que ha estado intentando descubrir desde hace rato. Por su parte, Ferris había superado el estadio de percepción y estaba concentrado en asestar los últimos y decisivos golpes a un animal atrapado en su trampa.
-¿Realmente pensó que queremos que esas leyes se cumplan? -preguntó- Lo que queremos es que se quebranten. Es mejor que le quede claro que no está tratando con un grupo de niños exploradores, Sr. Rearden, y ésta no es época para gestos amables. Buscamos poder y vamos directo a él. Ustedes sólo son segundones. Nosotros conocemos los verdaderos trucos y será mejor que lo admitan. No hay forma de gobernar a personas inocentes, porque el único poder que tiene cualquier gobierno es el de lanzarse violentamente contra los criminales. Y bueno: cuando no hay suficientes criminales, los inventamos. Se declaran delictivos tantos actos, que es imposible que la gente viva sin quebrantar alguna ley. ¿Quién quiere una nación de ciudadanos respetuosos de la ley? ¿De qué sirve eso? Pero si uno dicta leyes que nadie puede respetar, que es imposible hacer cumplir, y que no pueden interpretarse de manera objetiva, inmediatamente se crea una nación de transgresores y, enseguida, se puede caer sobre los culpables. Así es el sistema, Sr. Rearden, así es el juego, y en cuanto lo haya comprendido, será usted mucho más fácil de tratar.

La solución a los problemas se convierte en un "tengo un amigo en Washington..." acompañada de un cheque.
Llega a darse el caso de medidas gubernamentales que ahogan a compañías nacionales para favorecer a la competencia de compañías extranjeras en las que los políticos y sus amigos tienen jugosas acciones.

Pero estos Atlas que soportan sobre sus hombros el peso del mundo, despreciados por la sociedad por su amor al dinero, su obsesión por el beneficio, el trabajo y la industria, su egoismo, son cada vez menos. A medida de que van siendo conscientes de haber sido convertidos por el sistema socialista en esclavos mantenedores de una clase de saqueadores victimistas, se retiran de su puesto y desaparecen. Abandonan sus industrias para que se haga cargo de ellas quienquiera que lo desee.
Los trabajadores eficaces, los productivos, van huyendo dejando los puestos en manos de los incompetentes, hasta que en vista de la ineficiencia y la ruina, el gobierno se ve en la tesitura de declarar un Estado de Emergencia que impide a los trabajadores abandonar su puesto o reducir la producción, constituyendo la desobediencia un delito.
-¿Así que piensa que el dinero es el origen de todos los males? -inquirió Francisco d'Anconia- ¿Se ha preguntado alguna vez cuál es el origen del dinero? El dinero es sólo un instrumento de intercambio que no puede existir a menos que existan bienes y personas capaces de producirlos. Es la forma material del principio según el cual quienes deseen tratar con otros deben hacerlo mediante transacciones, entregando valor por valor. No es instrumento de los pordioseros, que exigen llorando el producto del trabajo ajeno, ni de saqueadores que lo arrebatan por la fuerza; el dinero se hace sólo posible gracias a quienes producen. ¿Es eso lo que considera malvado?
(...)
Permita que le dé un consejo clave sobre el carácter de los seres humanos: quien maldice el dinero, lo ha obtenido de manera deshonrosa, pero quien lo respeta, se lo ha ganado honestamente.
"Huya de quien le diga que el dinero es malvado, pues esa frase es la señal que anuncia la presencia de un saqueador. En tanto los hombres vivamos en sociedad y necesitemos medios para tratar unos con otros, el único sustituto, en caso de abandonar el dinero, serían las armas.
(...)
Entonces verá aparecer a hombres de doble moral: los que se basan en la fuerza, y sin embargo, dependen de quienes viven del comercio para darle valor a su dinero robado. Son los que quieren ser virtuosos gratuitamente, aquellos que en una sociedad moral son los criminales de quienes la ley debería proteger a los demás. Pero cuando una sociedad establece la existencia de criminales por derecho y de saqueadores legales, es decir de personas que utilizan la fuerza para apoderarse de la riqueza de víctimas desarmadas, entonces el dinero se convierte en vengador de su creador.
"Esos ladrones se sienten seguros al robar a indefensos, luego de haber sancionado una ley para desarmarlos, pero su botín se convierte en un imán para otros saqueadores que también se lo arrebatarán de la misma forma como ellos lo hicieron. Entonces el éxito irá, no al más competente en la producción, sino al capaz de la más despiadada brutalidad y crueldad. Cuando la fuerza se convierte en norma, el asesino vence al carterista, y la sociedad desaparece entre ruinas y cadáveres.
"¿Quiere saber si ese día se acerca? Observe al dinero, pues es el barómetro de las virtudes de una sociedad. Cuando vea que el comercio se hace, no por consentimiento de las partes, sino por coerción; cuando advierta que para producir, necesita obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebe que el dinero fluye hacia quienes trafican no bienes, sino favores; cuando perciba que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por el trabajo, y que las leyes no lo protegen contra ellos, sino, por el contrario, son ellos los que están protegidos contra usted; cuando repare en que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en autosacrificio, entonces podrá afirmar, sin temor a equivocarse, que su sociedad está condenada.
(...)
Siempre que aparecen elementos destructores entre los humanos, comienzan destruyendo al dinero, porque éste es la protección del hombre y la base de su existencia moral. Los destructores se apoderan del oro, y entregan a cambio un montón de papel impreso. De esta forma, destruyen todas las normas objetivas de valor y dejan al hombre en las garras de un juez arbitrario. El oro era un valor objetivo, un equivalente a riqueza producida. El papel es una hipoteca sobre riqueza que no existe, respaldada por un arma apuntada al pecho de quienes se espera han de producirla.
"El papel es un cheque librado por saqueadores legales sobre una cuenta ajena: sobre `la virtud de las víctimas'. Espere al día en que ese papel sea rechazado con la leyenda `sin fondos'.
(...)
En la historia de la humanidad, el dinero ha sido siempre botín de los saqueadores, de un tipo o de otro, cuyos nombres fueron cambiando, pero cuyos métodos fueron siempre los mismos: apoderarse del dinero por la fuerza y mantener cautivos a los productores, degradándolos, difamándolos y despojándolos de su honor. Esa frase acerca de la maldad del dinero, que expresa con meticulosa imprudencia, viene de la época en que la riqueza era producida por el trabajo de los esclavos, esclavos que repetían los movimientos inventados con anterioridad por la mente de alguien y que siguieron ejecutándose sin mejora alguna durante siglos. Mientras la producción fue gobernada por la fuerza y la riqueza se consiguió por usurpación, había poco para conquistar. Sin embargo, a lo largo de siglos de miseria y hambre, las personas exaltaron a los saqueadores como aristócratas de la espada, como aristócratas desde la cuna, y más tarde, como aristócratas de la burocracia, despreciando a los productores, como esclavos, comerciantes, vendedores o industriales.

Como en toda ficción con intenciones propagandísticas, el autor sienta unas bases que apoyen a sus teorías.
Así, el mundo que describe Ayn Rand (que recordemos, odia a muerte el socialismo de su Rusia natal) está formado por una pequeña élite de emprendedores, demonizados por el resto de la sociedad por su éxito y amor al dinero, y una cohorte de vagos e incompetentes que se atribuyen a sí mismos excelentes cualidades humanas, por no dar tanta importancia al dinero, a pesar de que viven de explotar y saquear a los emprendendores, pues ellos no producen nada.
Los primeros son únicos e irremplazables. De modo que, si por ejemplo, el magnante del petróleo de turno se retira de su puesto, no quedará nadie más en el mundo capaz de obtener petróleo con tanta eficiencia, y el mundo se quedará sin petróleo.
Partiendo de estas premisas, de personajes insustituíbles, el sistema económico va colapsando a medida que se van retirando todos estos industriales e ingenieros productores de los bienes de la sociedad y los incompetentes se quedan solos a cargo de los medios de producción.

En el mundo de Ayn pareciera que los recursos son infinitos y las personas capaces de utilizarlos limitadas, cuando yo pienso que es al revés: en el mundo los recursos son limitados y las personas capaces de utilizarlos (o dispuestas a apropiarse de ellos) infinitas.
Cada vez que una persona está explotando y apropiándose de un recurso, está impidiendo que el resto haga lo mismo. El empresario que explota 20.000 hectáreas crea un bien que otras personas podrán comprar, pero a la vez está impidiendo a esas personas explotar esas 20.000 hectáreas como hace él.
Este empresario está creando por un lado riqueza para el mercado económico, pero a la vez, la ocupación y privatización que ejerce sobre ese territorio está creando escasez.

Se puede entender muy bien con un ejemplo:
Me acerco a la orilla del mar, donde encuentro un pescador que acaba de llegar de faenar, y me vende un pescado. Ese hombre ha creado un bien, y yo se lo compro.
Al día siguiente decido fabricarme mi propio barco y pescar mi propio pescado. Entonces aparece ese pescador y me dice que el mar es suyo, que no puedo producir mis propios bienes (pescar) en esa mancha de agua, sólo comprárselos a él. Me voy a otro mar, y tanto de lo mismo, pertenece a otro pescador, no se me permite pescar ahí.
El pescador que en principio parecía que creaba riqueza para mí, cuando cambio mi actitud pasiva de consumidor por la activa de productor, resulta que me está creando escasez y privación.

Para que la idea de Ayn Rand fuera cierta al 100% el mundo debería ser infinito, de modo que el hecho de que un intrépido emprendedor fuera capaz de localizar y extraer cantidades ingentes de petróleo, no impidiera que otros hicieran lo mismo, en otro lejano lugar del que aún nadie fuera dueño.
Pero la realidad es que el reparto del mundo no tiene en cuenta a todos los posibles usuarios presentes, y mucho menos a los futuros. No se trata de vivir del trabajo de los más eficaces, sino de que los más eficaces trabajen sólo su parcelita, dejando libres otras parcelitas para que los que vengan detrás también tengan un terruño físico e intelectual en el que ser productores y actores, sin verse reducidos al papel de consumidores-espectadores, y mucho menos pagar una renta a un parásito intermediario entre la propiedad del mundo y el derecho de trabajarlo.

Pero resulta que ni todos los terruños son iguales ni valen para lo mismo, luego el problema del reparto de oportunidades de producción (que no de competencia) para evitar tener que recurrir a estas leyes intervencionistas sobre lo ya producido que compensan la incompetencia y sancionan la eficacia sigue ahí.
Si cualquiera pudiera explotar todos los recursos de que fuera capaz y aun así quedaran todavía suficientes para las demás personas presentes y futuras, si cada cual pudiera pensar e inventar las ideas de que fuera capaz, sin por ello impedir que otros también las tuvieran por su cuenta en otra fecha... entonces no haría falta ninguna ley que le quitara a uno para darle a otro, pues la riqueza que cada cual consiguiera con su talento y trabajo no estaría creando escasez ni mermando las posibilidades productivas de los demás.
Lo más parecido a esto sería vivir en planos dimensionales separados.

A pesar de esta pequeña crítica, a grandes rasgos estoy muy de acuerdo con la teoría del parasitarismo victimista (ella no lo llama así, pero yo lo resumiría de esa forma) que Ayn Rand denuncia en este libro. El lema socialista: "De cada cuál según su capacidad, a cada cuál según sus necesidades", conduce a un sistema en el que la incompetencia es recompensada y la eficacia castigada. El eficaz (con alta capacidad y bajas necesidades), si no huye mientras pueda, será explotado al máximo, será convertido en el esclavo que sustente al inútil (de baja capacidad y altas necesidades).

¿Quién es John Galt?

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues tiene muy buena pinta. Te voy a responder en otro post, porque precisamente tiene que ver con una serie de ideas que me rondan por la cabeza desde hace tiempo.

Piedra dijo...

Oda al fascismo.

El mundo solo debe pertenecer a los arios, a los rubios altos de ojos azules, pero cuidado al pedirlo, que igual nosotros no somos así y nos quedamos fuera.

Que el gobierno tiene que subvencionar y pagar a los inútiles, por supuesto, pero estos son los retrasados, los impedidos, los enfermos, en fin los que no producen. Es más ético pero menos rentable que la cámara de gas.

El socialismo no defiende el parasitismo, esto es una falacia, se defiende la igualdad en derechos y en obligaciones, la supresión de privilegios y la seguridad en una vida digna a todos no a una élite.
Eso es la idea, no siempre la realidad, pero el fascismo, en el que solo los aptos, los rentables viven y el resto es eliminado, si ha sido una realidad y no se ha suprimido ninguno de los males que se pretendía, además de relegar a esos "inútiles" a ser los verdaderos artífices del milagro económico, a modo de esclavos.

Herel dijo...

Ayn Rand está exaltando a los emprendedores, a los inventores, a los productores de bienes para la sociedad. Ha sido un libro muy influyente que seguramente ha tenido el efecto de libro de autoayuda para que mucha gente pierda el complejo de enriquecerse con su propio trabajo.

Pero claro, aquí hay que tener en cuenta un factor. Cuando alguien oye "¡Cuidado, un tonto!" todos miran hacia otro lado buscando al tonto, nadie se mira a sí mismo.
Así, un especulador, un accionista, un rentista, un saqueador amparado por la ley, alguien que invierte dinero para que el dinero trabaje por él en lugar de producir riqueza con su propio trabajo, bien podría, tras leer este libro, sentirse identificado con los productores de riqueza de la sociedad, cuando en verdad él se encuentra en el otro lado, en el lado de los saqueadores.

Entonces, oda al fascismo, sí, no, depende de quién se acoja a estas ideas y hasta qué punto las considere "palabra de Dios, Amén". El contexto histórico de Ayn Rand (judía, por cierto), la hace muy proclive a un sistema totalitarista y fascista como el de Hitler, ambos elitistas, anticomunistas y proindustriales (por cierto, que en el programa Nazi aparece el objetivo de acabar con la esclavitud del interés bancario, y es la primera y única vez que he visto eso en un programa político).
Toda política radical necesita un chivo expiatorio contra el que unir y canalizar la rabia de las masas. Los nazis usaron a los judíos, el PP usa al PSOE, el PSOE al PP, los nacionalistas a los "españoles", y Ayn (siempre hablando hipotéticamente) hubiera usado a... los incompetentes.
De todas formas, en casi cualquier sistema político los miembros del partido acaban conviertiéndose en saqueadores cuando adquieren el poder, y quizá es porque ya antes eran parásitos, no productores.

Pero me quedo con el mensaje de que en muchos casos el aparente esclavo que tanto se queja es en verdad el amo, y el aparente amo que está arriba figurativamente no es sino esclavo del que trata de disimular su parasitarismo quejándose y lamentándose. Un ecosistema de equilibrio delicado.

Piedra dijo...

Se me borro el comentario (un ladrillo) y de rabia no lo volví a escribir (y por largo, jeje)

En fin, que la idea era esta, la lectura que se hará será la de que los no productivos son los parados, (pero antes si producían) los viejos (pero antes producían), los inválidos laborales, los que por accidentes de trabajo o pueden continuar produciendo (pero antes si y por culpa de ese trabajo están ahora mal)...
En fin, que parásitos, son todos, la verdad, pero se interpretará que solo son estos, los que realmente han llevado a la sociedad a ser lo que es, una vez dejen de producir o caigan en desgracia, son desechados, ese es el riesgo de estos discursos, porque eso es lo único que sacan en claro los que lo leen, guiados o dirigidos hábilmente por aquellos que realmente son los parásitos y que jamás han producido.

Herel dijo...

De acuerdo con que estas teorías son peligrosas, sobre todo cuando se parten de premisas falsas, como la autora presenta el mundo, dividido entre válidos e ineptos universales, y encima obviando que la apropiación a gran escala de unos, aunque destinada a la supuesta creación de bienes, supone la escasez y privación de otros.

Aun así, insisto, que parte de verdad tiene, sólo en los casos aplicables.

Un par de meses antes me había leído "Germinal", de Zola, y presentaba la verdad opuesta, representada por mineros competentes y trabajadores, explotados como animales para exprimir el máximo beneficio para unos desconocidos accionistas, y como insultante antagonista un ingenuo burgués y su familia, que había vivido toda su vida de las rentas de sus acciones en las minas que heredó de su abuelo, sin dar un palo al agua, entre algodones, y encima se creía inmerecedor de la actitud de los obreros al ponerse en huelga, cuando él toda su vida había actuado honradamente sin quebrantar la ley ni hacer mal a nadie.

En ambos casos, parece que lo que falla es esa "Ley" que permite explotar a otros sin mancharse las manos, sin dejar de ser "honrado" ni hacer algo moralmente malvado.

Piedra dijo...

Ahí entramos en la moralidad social, es decir, los aptos son aptos por designio divino o porque sus familias pudieron proporcionarles una mejor y mucho mas cara educación que los situó por encima del resto, siendo los únicos preparados para los puestos de mando.

Los parásitos son los que No producen y se aprovechan del sistema, pero esta lectura se interpreta normalmente al contrario, para justificar la explotación de los más desfavorecidos y justificar el origen casi divino de la superioridad de determinados individuos o clase social.
"Están cada uno donde se lo merecen"

Borobia dijo...

Habrá que leerlo, sí. Me parece interesante.

Herel dijo...

Lo único malo es que es un tochaco inflado, que en muchos momentos no aporta nada nuevo sino que se redice, se repite e insiste.