Es tierra de pinares, pero aún no he visto un solo pino en todo el término municipal.
El pueblo se encuentra en un valle atravesado por un río al que van vertiendo manatiales desde las laderas. Son fácilmente localizables a la legua porque allá donde brotan crecen densas alamedas.
Las alamedas menos explotadas son un auténtico vergel, tapizado por enredaderas y verdor.
Alejándonos del pueblo aparecen pequeñas huertas de frutales cerca de los manatiales, y almendros en las zonas más secas...
... y parras. La mayor parte de la gente ya ha hecho la vendimia de este año.
Y finalmente el bosque. El bosque autóctono está compuesto básicamente por una única especie, el roble quejigo o melojo, que parece ser el único lo suficientemente duro para este tipo de terrenos tan desagradecidos.
A ratos se levantan farallones repletos de oquedades, y cuyos desprendimientos salpican el bosque de grandes bloques de caliza blandurria.
La aves de rapiña no son tontas y no anidan en las oquedades a las que se puede trepar, pero las utilizan como comedores para devorar sus presas. En los nichos quedan los restos de sus festines.
Allí donde el bosque ha sido menos trillado los robles crecen más altos, y entre ellos cuelgan lianas de enredadera.
Las hojas del quejigo se asemejan mucho a las de la encina, incluso podrían confundirse, pero en invierno estas hojas habrán cobrado un tono cobrizo dejando los troncos mediodeshojados.
Si ascendemos los farallones y salimos del valle nos encontramos los páramos, la planicie, completamente arrasada para el cultivo de cereal.
En estos momentos es un desierto de piedras entre las que, cuando sea la época, crecerá la cosecha. En los campos que se cultiven, ya que debido al éxodo rural no todas las tierras que antaño se cultivaban ahora se utilizan, sobre todo las que se encuentran en las laderas, donde los tractores no pueden maniobrar y han de trabajarse a mano.
Dejamos los páramos y descendemos de nuevo al valle y a los farallones, en los que se abren numerosas covachas (que no cuevas). Abrigos convertidos algunos en apriscos para los rebaños.
Estamos remontando el río, y el bosque comienza a desaparecer progresivamente. El terreno es completamente blanco, calcáreo, con formaciones geológicas de erosión y barrancos. Multitud de senderos borrosos a media ladera, seguramente del repetido paso de las ovejas y los pastores.
Forman unas pistas geniales para hacer trialeras con la bici, salvo por la inclinación y lo resbaladizo que es el firme. Es fácil que las ruedas resbalen ladera abajo. Habría que horizontalizar los trazados y podar muchas ramas para no comérselas.
Algunos árboles aparecen medio desenraizados por la acción de las escorrentías.
Si descendemos hasta el fondo del valle nos encontramos con el río y con algunos manantiales que afloran en las zonas más bajas. Por aquí crecen zarzas, espinos, manchas verdes, aunque la mayor parte de la zona es estéril, rocosa.
Los buitres surcan los aires, en busca de alguna presa, o esperando que me dé un jamacuco...
En los manantiales el agua fluye de golpe y en abundancia, el agua recogida por los páramos se filtra y discurre bajo tierra para emerger en el valle, pero el paraje se vuelve cada vez más desolador.
Una oruga de gran tamaño almuerza apaciblemente junto a uno de los humedales.
Es una oruga esfinge de la lechetrezna, que tras la metamorfosis se convertirá en una polilla nocturna.
Y el bosque ya ha desaparecido completamente, nos encontramos cerca del nacimiento del río, de los manantiales, y paradójicamente apenas se ve algo verde. Este es el paisaje más característico y abundante de la zona.
Asciendo de nuevo a los páramos y regreso por arriba.