34 grados.
Antes de llegar al coche aproveché para limpiarme de cintura para arriba en el agua, y luego me acerqué hasta el coche.
¡Qué de moscas! Además de las que me seguían, el coche estaba rodeado de más, curiosamente había muchas concentradas en la cerradura de la puerta, como avispas en un avispero.
Igual es por el bocata de jamón que dejé dentro que, recalentado, habrá esparcido su perfume. Seguramente la cerradura sea el punto menos estanco del coche, y por ahí intentaban entrar los moscardones.
Ni me pude cambiar porque la ropa limpia estaba en el maletero y este coche no tiene comunicación interna. Así que pulsé el botón de apertura, me metí a toda velocidad por la puerta del copiloto y salí de allí cagando leches y sin camisa.
Paré más alante para correr al maletero y pasar las cosas adelante. Empezaban a llegar moscas, de modo que arranqué de nuevo y no paré hasta el pueblo de al lado, lejos de los humedales plagados de insectos, donde ya me pude cambiar.
Estuve explorando campo a través un tramo de farallones y hallé algunos agujeros:
-Covaticha de la Encina. Se abre a 5 metros sobre la pared de un farallón. Es una entrada en túnel ascendente de escaso recorrido (unos 3 metros) desde cuya base crece una enorme encina en horizontal. Las mismas ramas de la encina que caen hacia abajo sirven de agarre para trepar hasta allí. Había un pequeño murciélago como inquilino.
-El queso gruyer. Pequeños agujeros intercomunicados entre ellos y con otros que se abren al abismo. Se encuentran en un farallón muy llamativo que se despega de la ladera. Por el más cercano a la tierra firme no me metí, era tan estrecho como los otros pero se me hizo más siniestro, a pesar de que corría aire. Ideal para nidos de buitres, si no fuera porque se puede trepar hasta ellos.
-Guarida del barranco. Se encuentra junto a un cauce seco que da para explorar más, pues presenta bastantes indicios de karstificación, incluso formaciones calcificadas en el exterior y pequeños huecos con mini-estalgmitas húmedas. La entrada es un laminador que desemboca en una cámara más amplia, que no parece continuar. Ideal para la guarida de un lince.
Y la mejor de todas:
-La Qeva tapada. La boca se halla a 7 metros de altura en una pared. Aunque no soy el primero en entrar y tendrá su nombre anterior, de momento la llamo así porque si bien me veía capaz de trepar hasta ahí, no tenía tan clara la bajada, hasta que miré por otro lado y, apartando unas ramas secas obtuve un apoyo más seguro. Yendo solo, antes de subir o bajar algo me pienso mucho la seguridad del proceso inverso.
La boca se insinúa en un remetido desde abajo, pero yo iba en plan peinar la zona (es mi segunda excursión de rastreo por ahí). Tras la trepada, alegría, se abría en el remetido lo que parecía una sima-embudo, pero que resultó ser un pozo fácil de destrepar.
Un interior húmedo y arcilloso, de apariencia laberíntica, y descendente, unos estrechos pozo destrepables por empotramiento te ponen en el espacio principal, por donde ya puedes moverte andando.
Pequeños huesos, trozos de madera húmeda, signos de hogueras, rastros de gotitas rojas- supongo que de cera de velas-; en una sala a la que se accedía a través de un ventanuco, especialmente bonita por la abundacia de formaciones, había algunas velas gastadas.
La cavidad está llena de gateras y agujeros entre bloques; es para volver con más gente y ser más minucioso. Estoy seguro de que tiene por ahí salas más grandes, porque escuché murciélagos pero no los ví. En la primera exploración vas un poco a lo seguro y te dejas muchas cosas.
Acabé hecho una mierda, entre el calor y la alergia. Al ir campo a través, tenía que remover la vegetación que soltaba polen, y fuí casi todo el rato tosiendo y moqueando... menos cuando estaba bajo tierra.
¿De qué animal serán estos huesitos?
La sala de los rituales espiritistas; se entra por esa ventanita.