Nada más llegar nos sacamos la Helsinki Card para dos días en el mismo aeropuerto, que brinda el uso gratuíto del transporte público, la entrada a muchos museos y el uso del ferry a la isla de Suomelinna. Luego nos montamos en el autobús que nos dejaría en la estación de tren, cerca de nuestro alojamiento en una peninsulilla llamada Katajanokka. De todas formas usamos el tranvía 4, por ir con las maletas.
Lo primero que llama la atención es la férrea limitación de la velocidad en todas las vías, son escasos los tramos en los que se puede ir a 120, y sólo en autopista lejos de ciudades y fuera de zonas de incorporaciones, y además, la gente respeta los límites. En las autopistas de entrada 60, y en ciudad 50 o 40. El tráfico discurre de forma tranquila y paciente, apenas hay maniobras violentas ni ansias por adelantar. Aunque esto lo veríamos mejor días más tarde cuando alquilásemos la fregoneta del Equipo A.
Lo segundo es lo guapas que son las chicas, y lo grandes que tienen las t... el alojamiento estaba genial, eran tres miniapartamentos, que ya quisiera yo para vivir, situados en la calle Luotsikatu (katu significa calle en finlandés, es decir: la calle Luotsi-calle), que no salieron nada bien de precio, no. Todo estaba automatizado: con la reserva nos dieron una contraseña, que tuvimos que introducir en un panel para que se abriera un buzón en el que estaban las llaves de los apartamentos. Mientras estábamos fuera, alguien entraba y nos dejaba el desayuno del día siguiente en la nevera; para hablar con "recepción" había que marcar un número de teléfono; para reservar la sauna había que inscribirse en una lista en la puerta. La de puestos de trabajo que se ahorran... y también en las gasolineras; hay muchas en las que no hay absolutamente nadie responsable, ni tienda, ni cafetería, ni aseos, nada, sólo los surtidores. En ellos, unos paneles para introducir la tarjeta de crédito (sólo funcionaban tarjetas finlandesas), aunque alguna que otra que también admitía billetes (afortunadamente). Como podréis imaginar, en las que no había personal la gasolina era unos céntimos más barata. Diesel a 0,987 € la más.
El primer día, o la primera tarde más bien, dimos una vuelta a pata por Helsinki, por el puerto, donde las gaviotas atacaban a los turistas para robarles los helados; otro español que andaba por ahí fue la primera víctima, y nos sirvió de alerta. Callejeando p'arriba subimos a la terraza del hotel más alto de la ciudad desde la que había una buena panorámica, nos tomamos algo típico, y terminamos en un restaurante típiquísimo lapón que recomendaba la guía de los países nórdicos... guía que M. llevaría durante todo el viaje como una biblia -de gran maestro guiri- para no dejar ni un solo sitio típico-tópico sin visitar. Interior de madera, muebles de madera, tapas del menú de madera, palillos de madera... trajes regionales, reno, alce, frutas del bosque.
En las mesas de al lado franchutes y finlandeses, hablando bajito. Desde ese momento nos dimos cuenta de que fuerámos donde fuéramos, nosotros hablábamos altísimo, y deberíamos controlarnos para no elevar el tono y emitir tantas expresiones guturales.
Nos preguntaron varias veces si éramos italianos (en el restaurante nos dieron directamente la carta en el idioma de Eros Ramazzotti), y al decir que éramos españoles, respondían inexorablemente que habían estado en España: en Barcelona. "No me lo digas, te ha preguntado que si eres italiano y luego te ha dicho que ha estado en Barcelona". Efectivamente. Con los rusos de "San Pepe's Burgos" pasaría tanto de lo mismo. Y es que Finlandia es un país muy repetitivo, se podría resumir en dos palabras: abetos y abedules... y para colmo, ambas empiezan por "abe". (kuusi / koivu en suomi-finés) Muy bonito pero muy repetitivo.
Segundo día: Helsinki
Nos apuntamos en la lista de la sauna y corrimos al muelle a reservar un billete para el día siguiente para Tallín, y luego hacia el ferry para el archipiélago de Suomenlinna, que como su propio nombre indica (el sufijo lina en finés significa fortaleza), constituye un conjunto defensivo de seis islas, todas comunicadas por puentes. Una birria de fortaleza, porque por lo visto estaba mal diseñada.
Pero tenía cosas curiosas: unas murallas con pasadizos oscuros semejantes a cuevas divertidos de recorrer, casi naturales, con estalactitas formadas por la disolución de la argamasa; una zona de montículos con barracas que se asemejaban a la aldea de los Hobbits de Tolkien; paisajes de costa preciosos (hasta que has visto cienmil iguales ¿dicho ya que Finladia es un país repetitivo?); algunas edificaciones rusas (regalitos pre-independencia, también presentes en pleno Helsinki); astilleros; un museo de relleno con una sección para que los niños dibujasen su propia bandera pirata; y un submarino visitable, el Vesikko. Nos contaron que existió otro submarino propiedad de un finlandés, comprado a los rusos. Pero el caso es que éste señor decidió vendérselo a su vez a otro tipo que vivía al otro lado del charco, y se dispuso a llevárselo a domicilio cruzando el Mar Báltico él mismo. El submarino se hundió... tecnología rusa.
Los archipiélagos que brotan frente al continente son muy curiosos: islas de todos los tamaños, algunas minúsculas, en las que no falta su bosquete de abetos y abedules apiñaos brotando de la roca granítica, su casita de madera, su embarcadero y su barca (si está el dueño). Como si cada isla fuera el país de un principito. De hecho hay que alejarse bastante mar adentro para ver una línea de horizonte de mar puro y duro, dejando atrás la barrera de islotes.
Luego, como buenos guiris, y aprovechando los servicios que nos brindaba la Tarjeta Helsinki (sin fecha, luego podría servirnos infinitos días hasta que alguien nos obligara a ponerla) nos embarcamos en una visita en autobús. Toma ya, y todavía no me he jubilado. Nos llevaron al monumento al compositor Sibelius; una macla de tubos metálicos, que algunos dicen imita los tubos de un órgano, aunque parece ser que realmente la escultora se inspiró en lo más típico de su tierra: troncos de abedules, gracias a la versatilidad de lo cual, podría haber destinado la misma obra a momumento a Kimi Räikkönen (inspirada en el tubo de escape del bólido). Fuera para quien fuera, es una escultura bonita, y no como la que han puesto en la nueva rotonda de Guadarrama, en la salida hacia Collado Mediano-Navacerrada (doy la dirección para que vayáis a ad-mirarla).
Visita a la catedral de la Plaza del Senado, en cuya escalinata estaban rodando un capítulo de un exitoso culebrón finés. Un lugareño que había vivido 3 tres años en Perú y hablaba español, nos tradujo el título que lucía en una furgoneta "Amor abrasador" o algo así.
Posteriormente fuimos para el Temppeliaukion Kirkko -¿mande?- una iglesia excavada en la tierra. Preciosa, de paredes de roca viva, algunos refuerzos de piedra, una cúpula circular opaca en el centro y permeable a la luz por el perímetro exterior. Ambientada con una música de órgano (en playback) y coloridos asientos violeta-obispo.
Por la noche salimos por ahí, algunos entraron en un bar de hielo, y otros no. Era un local camuflado en el sótano de un restaurante que no era sino una cámara frigorífica. Por la gracia de tomar una copa entre paredes de hielo y por debajo de los cero grados, aunque no se yo... dentro de los iglús no tiene por qué hacer tanto frío sin necesidad de que se derrita el hielo. En cualquier caso te dejaban unos abrigos al entrar.
Tercer día: Tallín
Tomamos el "catamarán" en el puerto, tras pasar un exahustivo control de aduanas en el que enseñabas el pasaporte, o la tarjeta del Burguerkin', y el funcionario de turno estón del otro lado de la ventanilla asentía mecánicamente... o periódicamente mejor dicho. Si te quedabas parado podía llegar a asentir varias veces. Yo creo que era una cabeza enganchada a un muelle.
El catamarán era un enorme barco tipo vacaciones en el mar, con azafatas rubio platino maquilladas (como las del avión de Finish Air), asientos azules, cafetería-buffet, tiendas duty-free, bar con máquinas tragaperras... "Vacaciones en el Mar". Los baños eran chulísimos, surrealistas, sumidos en una luz oscura azul y con espejos abombados que deformaban fantasmagóricamente el camarote. Pero mejor lo ilustro con una foto al final.
Tallín es una ciudad preciosa, un recinto medieval de edificios encantadores, cada calle una foto. En cuanto a los habitantes, clara minoría y todos trabajando para el turismo (los del interior del conjunto histórico). Algunos, decir que eran unos angustias. De ese tipo de gente que en lugar de expresarse y sacarlo pa' fuera, refunfuñan para adentro diciéndose "¡qué paciencia hay que tener!". Estaba petado de turistas, y los pobres viejecitos apenas podían dar su vuelta en bicicleta sin tener que poner los pies en tierra. En Tallín se trabaja mucho el ámbar y abundaban las tiendas en las que vendían objetos de este material.
Destacar dos cosas: una tienda de gorros de lana de duendecillo -de colores vivos y con cuernecitos con bolas, o terminados en florecillas- , en la que me los hubiera comprado todos si no fuera por el precio. Me llevé sólo uno, y espero que E. me pase sus fotos, para tener al menos una imagen del resto.
El otro lugar era el taller de un artista alemán afincado en Tallín: Ichchus, un extraño portal con un pez con corona enganchado llama la atención desde la calle. Traspasándolo accedes a un patio de cuentos de hadas, o de brujas. Un patio sombrío, ensombrecido por las hojas de altos árboles. Velitas entre la vegetación, muñecos en los tejados, cajas de magia, escaleras retorcidas y sinuosas. Bajando por una entrada se llega al lóbrego sótano donde está la exposición, con pinturas y esculturas usando todo tipo de materiales. En un rincón una chimenea con dos butacas, cortinas... El autor rondaba por allí: callado y serio, antipático, observante. Me encantó el aura de misterio de ese sitio.
En las tiendas había una variedad de cervezas de frutas del bosque como en ningún sitio he visto. De cereza, de frambuesa, de arándano, de grosella... me hubiera comprado una de cada (y llenaría una maleta) si fuera a volverme ya para España.
Al regresar al hotel nos dispusimos a entrar en la sauna, pero estaba ocupada por un tal... resulta que nos habíamos equivocado y reservamos una hora antes de lo que pretendíamos. Pero no importa ya tendríamos sauna para hartarnos más adelante.
Gaviota suspendida en el aire, como una cometa contra el viento,
a escasos metros de la gente. Buscando rapiñar algo.
a escasos metros de la gente. Buscando rapiñar algo.
Escalinata de la Plaza del Senado de Helsinki, en pleno rodaje del culebrón.
Anna Kätälinnä, mi amol, lo nuestro no puede sel,
te saco 40 años... y eres más repetitiva que un abedul.
Anna Kätälinnä, mi amol, lo nuestro no puede sel,
te saco 40 años... y eres más repetitiva que un abedul.
4 comentarios:
Diablos, yo tambie nquiero ir ahí, como te costeaste el viaje? espero que no sea trabajando, me quitaría esperanzas...
Pues sí, para viajar hay que soltar dinero.
Aunque también puedes recuperar la inversión inicial si consigues trabajar en el destino, o si te haces con productos baratos para revender en otro sitio donde valgan más... piensa, piensa :D
Bueno, pero... entonces ¿no eres italiano? Qué casualidad, yo he estado en Barcelona...
Qué buena onda, se ve que te lo pasaste de pocahontas en la tierra de Linux. Me dan ganas de preguntarte de cada cosa que mencionas, je, desde los límites de velocidad (¡argh! ¡ese lugar me volvería loco!) a las gaviotas que te asaltan por tu helado (¿en serio?). Y no puedo menos que imaginarme a esos españoles escandalosos, ja ja, pero hey, por lo menos no llevaste mexicanos (entonces sí que te echaban del lugar).
Oye, pero... ¿no se supone que los submarinos deben hundirse? ¡Es todo el punto, con esos armatrostes!
Chulísimas las fotos. Lástima que censuraste al flaco ese :P
Gracias por la nota informativa sobre las chicas finlandesas... el lugar acaba de escalar como cuarenta clics en la lista de lugares que debo visitar.
(Y ya cuéntanos de la rubia, no seas cortado...)
Hombre, a mí también me gusta correr, pero cuando ves que la gente va tan tranquila y conduce sin violencia, te lo tomas de otra forma. A parte de que en las carreteras había muchas cámaras de fotos de la policía, bien anunciadas y bien visibles.
Y bueno, los submarinos se sumergen -¡inmersión!-, pero en teoría no se hunden.
El flaco ese, es que me ha dicho que prefiere permanecer en el "bicarbonato". ;)
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