En 1952
Frederick Pohl publica
Mercaderes del Espacio.
Mitchell Courtenay es un alto cargo de la agencia de publicidad Fowler Schocken, una de las más importantes en un Planeta Tierra superpoblado y consumista.
Las agencias de publicidad son las encargadas de vender los productos a los consumidores, ocupándose de la publicidad, el diseño, y de que se voten las leyes necesarias para aumentar las ventas de sus clientes.
La realidad de los productos no es tan importante como el hecho de que los consumidores deseen adquirirlos, bombardeándolos con anuncios, frases bonitas, colores, sonidos, incluso añadiendo opiáceos que producen dependencia, como el caso de la bebida "Mascafé", con alcaloides CASI inofensivos, y por tanto perfectamente legales.
Existen ciertos grupos rebeldes, llamados los "conistas" (apócope de
conservacion
istas, ecologistas), que luchan contra ese sistema consumista y de crecimiento contínuo que ha degradado y contaminado el planeta y esclavizado a la mayor parte de la población. Por supuesto los conistas son perseguidos por la ley como los peores delincuentes, pues atentan contra el beneficio y poder de los más ricos.
El próximo gran proyecto de la agencia Fowler Schocken es la colonización de Venus, para convertirlo en una segunda Tierra donde ampliar su mercado: más materia prima, más productos, más población, más consumidores.
Pero en medio de la campaña publicitaria Courtenay es traicionado por un competidor y quitado de en medio...
Se despierta en la bodega de un carguero de trabajadores con destino a Centroamérica, y con la sorpresa de haber firmado un contrato tipo B con la empresa Clorela, lo cual le convierte prácticamente en un esclavo. Su número de identidad, tatuado en la piel, ha sido modificado, con lo cual le es imposible demostrar su verdadera identidad y alta posición, y se ve degradado a la vida de encierro dentro del complejo de una fábrica de proteinas: a la vida de un consumidor.
Y en ese momento comienza a entenderlos un poco más: la esclavitud encubierta en la que viven a causa de los gastos, los préstamos, y los sueldos. Todo ello ajustado para que sea muy difícil ahorrar y salir del círculo vicioso, la "
carrera de ratas" que decía
Robert Kiyosaki en su libro "
Padre rico, padre pobre"
El día de pago llegó sorpresivamente. Habían pasado dos semanas. Me encontré con que debía a Proteínas Clorela sólo unos ochenta dólares y unos pocos centavos. Además del dinero de los préstamos me descontaron un tanto por ciento para el Fondo del Bienestar del Empleado (después de unas cuantas deducciones comprendí que estaba pagando los impuestos de Clorela); la cuota de la Unión de Trabajadores; impuestos (esta vez mis impuestos); hospitalización (trate de aprovechar el beneficio, me dijeron los veteranos), y seguro a la vejez.
El verdadero alcance de los contratos B era clarísimo. Uno siempre estaba endeudado. Los créditos abundaban, y había que recurrir a ellos. Si en cada semana yo quedaba debiendo diez dólares, al terminar mi contrato mi deuda con Clorela sería de mil cien dólares. Tendría que seguir trabajando para pagar esa suma. Y junto con mi trabajo, aumentaría mi deuda.
En 1984 se publica la segunda parte:
La Guerra de los Mercaderes
Finalmente los conistas han sido los primeros en colonizar Venus, burlando a las Agencias de Publicidad depredadoras.
Llevan años tratando de transformar el planeta en un lugar más habitable, y han impuesto un sistema ecologista y en el que la publicidad engañosa es sustituída por la información sincera:
Si por algún motivo no desea usted traerse de casa la comida al visitar el Parque de Russian Hills, en la Cafetería Venera hallará bocadillos y alimentos sencillos, del tipo hamburguesas, perritos calientes y emparedados de soja. Todos llevan el sello de la inspección del Servicio Planetario de Sanidad pero hemos de advertir que son de calidad mediocre. La Cafetería pone también a disposición del público cerveza y refrescos, por un precio aproximadamente doble de lo que cuestan esos mismos productos en la ciudad.
El protagonista de esta nueva entrega, Tennison Tarb, trabaja para la misma agencia Fowler Schocken, y lleva varios años en la embajada de Venus como agente corruptor. En realidad el fin oculto de todos los miembros de la embajada terrestre en Venus es acabar con el régimen anticonsumista de Venus para que el planeta pueda ser explotado salvajemente por las agencias de La Tierra.
Una vez cumplido su servicio, tras 6 años ausente, Tarb regresa a La Tierra, donde le espera un jugoso ascenso en la agencia de publicidad, un futuro prometedor.
Pero algunas cosas han cambiado mientras él estaba ausente, y desprevenidamente, al poco de salir del espaciopuerto de Nueva York, transita por un tramo de calle que posee un dispositivo publicitario de reciente legalización, PERFECTAMENTE SEÑALIZADO por un cartel de aviso borroso y nada esclarecedor, que mediante una descarga de ondas directas al cerebro convierte al transeunte en adicto de por vida a la Moka-Koka, que es "una bebida refrescante y sabrosa a base de sucedáneos de chocolate de superior calidad, extractos sintéticos de café soluble y aditivos equivalentes a la cocaína"... perfectamente legal.
Cuando en la agencia de publicidad descubren que Tarb ha caído presa de ese "anuncio", es degradado hasta lo más bajo, pues nadie puede confiar un puesto de responsabilidad a un yonki que en estado de mono podría vender cualquier secreto de la agencia a cambio de una lata de Moka-Koka.
—¿Sabe, Tarb? —me dijo con una cordialidad rayando en el sentimentalismo—. Me recuerda usted mucho a mí mismo cuando tenía su edad. Bueno, escuche, vamos a ponernos cómodos mientras decidimos qué le gustaría hacer ahora que está de nuevo entre nosotros. ¿Qué quiere tomar?
—Pues, creo que una Moka-Koka —contesté distraído.
El ambiente de la habitación experimentó un cambio radical, para empeorar. El dedo del Gran Jefe se detuvo en el aire, justo encima del botón que hubiera hecho entrar a su segunda secretaria, encargada de servir café y bebidas.
—¿Qué ha dicho usted, Tarb? —rechinó.
Abrí la boca, pero era demasiado tarde. No me dejó hablar.
—¿Una Moka? ¿Aquí en mi despacho?
La expresión de su rostro se alteró, pasando por todos los niveles de la escala, desde la benevolencia y el desconcierto hasta detenerse en la más enfurecida cólera. Lívido de ira, oprimió de un manotazo un botón completamente distinto.
—¡Servicio de emergencia! —rugió—. ¡Traigan ahora mismo a un médico! ¡Tengo a un adicto a la Moka-Koka en mi despacho!
Me sacaron del despacho del Gran Jefe más aprisa que a un leproso de ante el trono de Luis XIV...
La Agencia, por piedad, le ofrece un puesto de recadero, con un sueldo miserable, y Tarb se ve obligado a trasladarse a un zulo de cama rotatoria compartida por turnos con otros inquilinos de las clases bajas: los consumidores.
Uno de sus nuevos compañeros, Nelson, tiene problemas económicos a causa de los pagos mensuales por una colección que está realizando de Miniaturas de Bustos Presidenciales en Aleación de Plata de la Casa de la Moneda de San Jacinto.
—Me he atrasado un poco en los pagos y San Jacinto ha enviado a un par de cobradores que me esperaban a la salida del trabajo, en la fábrica. Oye, Tenn, ¿no podrías prestarme cincuenta dólares hasta el día de cobro? Es que me han dicho que al próximo atraso me parten las rótulas.
—Cincuenta dólares no los tengo —le contesté con casi absoluta veracidad—. ¿Por qué no vendes algunas figuritas?
—¿Venderlas? ¿Vender lo único que tengo? ¡Por Dios, Tenn —exclamó—, qué estupideces dices! Estas figuras son piezas de colección, de muchísimo valor porque constituyen una excelente inversión. Todo lo que tengo que hacer es guardarlas hasta que empiece a producirse demanda en el mercado, y entonces, ¡verás tú! Son ediciones limitadas, ¿sabes? Dentro de veinte años tendré una casita en Florida y allá me retiraré a disfrutar de la vida y ¿sabes cómo voy a conseguirlo? Pues con estas figuritas, sólo que... —añadió con tristeza— si me atraso en los pagos, tendré que devolverlas y además me partirán las rótulas.
Eché a correr por el pasillo hacia el cuarto de baño porque no podía soportar seguir escuchándole. ¡Piezas de colección de edición limitada! ¡Cuentos chinos! ¡Si lo sabría yo! Era uno de los primeros temas en que había trabajado; ediciones limitadas, sí, al máximo número de ejemplares que pudiésemos vender, cincuenta mil como mínimo. Piezas de colección quería decir que lo único que podía hacerse con ellas era coleccionarlas.
PeroTarb no tardará en escalar de nuevo puestos en la Agencia de Publicidad, ideando proyectos para exprimir más aún a los consumidores más desgraciados y adictos (como su compañero Nelson o él mismo, que aún sigue enganchado enfermizamente a la Moka-Koka), transformando las Sociedades de Consumidores Anónimos en centros de publicidad encubierta que en lugar de ayudar a esos consumidores a salir de su adicción los redirijan hacia el consumo de otros productos distintos de la agencia, de forma rotativa.
—¿Ha oído hablar de Consumidores Anónimos?... Constituyen un mercado potencial que a nadie se le ha ocurrido explotar. Mire, los miembros de Consumidores Anónimos son ciudadanos corrientes, sujetos a un irrefrenable afán de consumir. Es, por ejemplo, el individuo que toma cincuenta tazas de Mascafé al día, víctima de una desmesurada dependencia a cualquier tipo de producto, de una monstruosa hipertrofia de la tendencia a consumir. Viéndose en tal estado, acude a Consumidores Anónimos, y entonces ¿qué ocurre? Pues que la mayoría abandona el hábito durante un par de días, como máximo, y luego vuelve a caer en él. Al cabo de una semana está peor que antes, y acaba por tener que internarse en un manicomio, con lo cual queda definitivamente perdido para el consumo. Si por el contrario la ayuda que allí recibe da resultado, entonces la situación es infinitamente peor porque le lavan el cerebro induciéndole a economizar, incluso a ahorrar.
Pero no tenemos por qué perder a esa gente. Lo único que hay que hacer es reorientarla. Nada de abstinencia. Sustitución.
Se trata de organizar un grupo de ayuda mútua para cada hábito de exceso de consumo. Luego enseñamos a sus integrantes a sustituir un producto por otro. Si son adictos al Mascafé, los encaminamos hacia chicles Nicotín, de Nicotín los dirigimos hacia las colecciones de la Casa de la Moneda de San Jacinto...
[Añadido 12-06-04]
Y si queréis os cuento el final de la segunda novela:
El señor Tarb, valiéndose de los medios de las agencias y renegando de su pasado como publicitario al servicio del consumismo, difunde por televisión una batería de anuncios denunciando al sistema, y en menos de una hora los consumidores de todo el planeta han llenado las calles e iniciado una rebelión...
Nada realista, en mi opinión. En la realidad todos los días recibimos información en contra del sistema, tanto por los medios "alternativos", como por los masivos en su conjunto, como por nuestros propios sentidos e ideas. Y la sola información no basta ni ilumina a nadie, porque en el fondo ya sabemos lo que hay, y lo que estamos no es ignorantes, sino desarmados, y la mayor parte del tiempo paralizados, desidiosos, desorganizados, egoistas, desperdigados y divididos.