Salimos de
Irún sobre las 4 de la tarde, tras haber llegado y comido algo.
Lo que más nos costó fue salir de
Hendaya por el laberinto de calles que terminaban en fondo de saco, para alcanzar un camino que discurría por los montes de atrás, y por el que nos evitaríamos algunos tramos de la carretera principal.
Tras dejar atrás las últimas maisons y encontrarnos en plano campo, con un tractor al fondo subiendo por un patatal a 45 grados, respiramos con alivio.
En
San Juan de Luz volvimos a la carretera principal, con un trasiego contínuo de vehículos, y más o menos así seguimos hasta
Biarritz, saliendo de vez en cuando por caminos playeros.
A la salida de
Biarritz empezaba el
EV1 propiamente dicho, el carril bici que recorre la costa Atlántica de Francia, y por él llegamos hasta
Bayona, donde pillamos alojamiento. Esa noche había allí montada una fiesta rociera, con una orquesta cantando canciones en español con flamenqueo y gitaneo, del tipo "Nanai nanaaai" o "Lolailoláaa".
El día siguiente amaneció lluvioso, y saliendo de
Bayona nos cayó un pequeño chaparrón con rachas de viento cuando hacíamos un pequeño tramo de carretera entre fábricas de serrín y camiones.
Al poco salió de nuevo el sol, compramos en un supermercado madrugador y nos desviamos hasta la
Playa del Metro a desayunar. Aunque lo hubimos de hacer en el aparcamiento, tras las dunas, protegidos del viento costero que disparaba salvas de arena picante contra la cara.
Por todas partes hay bosques de altísimos pinos de repoblación que a veces hacen de techo al bosque autóctono, que alcanza menor altura y crece por debajo a modo de sotobosque. Por esta zona predominaban enormes especímentes de alcornoque y roble. Este último será el árbol autóctono más común en todo el recorrido (recordemos que el pino, aunque abasalladoramente más abundante, es especie introducida para repoblación y explotación).
Cada vez hay más campings bajo los pinos, por la zona de
Capbreton, campings de gran extensión, adosados unos con otros, y el carril bici se convierte en un infierno de veraneantes pedaleando, paseando o corriendo. Algunos papás llevan a sus hijos en carritos de esos enganchados atrás de la bici. La mayoría de los chavales van completamente sobaos (¿o muertos?), y los que no, con cara de mala leche y aburrimiento por tener que estar encerrados en la dichosa cajita con ruedas.
Hacemos un alto en
Léon (que no León) para comer. Pedimos unos espaguettis, y los platos son tan
grandes profundos, que con uno hubiera bastado para dar de comer a los dos. Nos llenamos hasta no poder más, dejando la mitad, y seguimos con el mismo panorama entre pinares sin fin, playas y campings.
Poco antes de las 7 llegamos a la playa de
Mimizan. Preguntamos en todos los hoteles y están todos llenos, así que continuamos hasta
Mimizan-Centro. Mismo panorama, incluso los campings están completos.
Antes del anochecer nos metemos en un bosque a dormir. Elegí una zona alejada y espesa para que nadie nos viera desde la carretera ni desde las pistas forestales.
Estuvimos ahí como una hora entre montar el tinglado y acomodarnos, se había hecho de noche, la luna se alzaba en el cielo entre las ramas, y de pronto, escuchamos unos pasos apresurados al trote que se acercaban directos hacia nuestra posición.
Fue cosa de segundos, nos habíamos quedado helados esperando lo que tuviera que llegar, cuando escuchamos frente a nosotros, sin poder ver nada por la espesura, [
NJGROOO]...
¡Un jabalí!
Mi compañero de viaje echó a correr por el bosque. Yo me puse detrás del pino que tenía al lado y me encaramé un par de metros del suelo. Escuché al jabalí moviéndose hacia la derecha, y le grité lo más terriblemente y alto que pude para asustarle.
Cuando parecía que se había marchado, llamé a mi amigo para que regresara.
Recoge como sea. Nos vamos cagando leches.
Tras salir del bosque y reorganizarnos al lado de la carretera, estuvimos algún tiempo pedaleando por la zona (por cierto, había por el carril bici de las
mismas arañas que había visto en Madrid unos días antes), buscando un inexistente lugar donde guarecernos, hasta que optamos por deshacer el camino hasta el centro de
Mimizan, donde pasamos la noche bajo un porche para protegernos de algunas gotas que cayeron. No pudimos dormir, porque nos quedábamos helados si estábamos quietos o si nos tumbábamos en el suelo. No traíamos ni tienda ni saco. Así que estuvimos revoloteando por ahí y picoteando los frutos secos que llevábamos por tener algo que quemar para producir calor.
Esperamos a las primeras luces del alba y continuamos el camino hacia adelante, con desgana y con malestar.
En
Gastes, junto al lago, estaban empezando a montar una especie de feria, y allí, en un puesto, desayunamos un café
CALIENTE y un "crêpe" de azúcar, y eso me devolvió la vida y las energías para seguir con otro ánimo, además de los primeros rayos del sol, que son como caricias cálidas.
Intentamos buscar alojamiento por la mañana en
Biscarrose-Centro, en
Biscarrose-Lago, y en
Biscarrose-Playa... Imposible, todo completo, petao, petadísimo, pocas plazas de hotel -llenas- y mucho camping, también lleno. Era como una pesadilla, no había habitaciones en ninguna parte, ni incluso recurriendo a hoteles de altos precios, cartel de completo
partout.
Seguimos hacia adelante entre los bosques de pinares característicos de ésta región de
Les Landes. Pedaleando a la altura de la famosa
Duna de Pilat había una marabunta tremenda de visitantes. La carretera atascada de coches y caravanas, el carril bici invadido por caminantes, y campings... Intentamos acercarnos a la duna, pero había tanta gente por el estrecho camino que iba hacia ella que optamos por pasar y tirar pa'lante.
Nos pasamos
Gujan de largo sin querer, y dimos la vuelta, pues esperaba encontrar alojamiento en aquella ciudad con pinta de ser poco playera en medio de tanto centro vacacional. Efectivamente, ahí encontramos una agradable habitación-bungalow con porche para dejar las bicis, y respiramos con alivio. Al fin podríamos descansar.
Al día siguiente, a la vista de la incidencia de la noche preanterior y de que la siguiente etapa se introducía de nuevo por la costa a través de áreas playeras vacacionales, decidimos tomar un tren a
Burdeos desde la estación de tren más próxima con conexión directa.
En
Bigone nos encontramos con que teníamos línea directa con
Hendaya, así que regresamos a
España sin pasar por
Burdeos.
Ya puestos, en vez de quedarnos en
Irún, como aún era pronto, por aprovechar el día, reservamos desde allí el autobús de regreso, y continuamos con la bici hasta
San Sebastián, por
Hondarribia, con una dura subida al
Jaizkibel en la que empezaban a resbalarme las manos del manillar del sudor (en Irún marcaban 30 ºC sobre las 13:00) -y posterior divertidísima bajada en la que la bici se me llegó a poner a 60 km/h sin pedalear- siguiendo por
Lezo y
Pasaia, todo conurbanizado hasta la capital guipuzkoana. Como esto no estaba planificado, hicimos un poco de acera-bicismo a la salida de
Lezo para esquivar la autopista, aunque visto posteriormente desde Google Earth, parece que hubiéramos podido evitar esas aceras.
En el casco viejo nos tomamos unas
sidras y txakolí con unos pinchos para celebrar el fin del viaje.
Sólo un par de rondas, pero me pillé un contentillo de risa tonta... No sé si porque al final todo salió bien o porque no suelo beber.
En Madrid hace ahora un calor bestial.
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Mirando hacia el Sur desde Biarritz |
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¡Qué envidia ver a la gente refrescándose con la que está cayendo! |
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Colorida calle de Bayona |
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La playa del Metro |
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Llamada de atención sobre los peligros de hacer el funambulista sobre las altas pilas de troncos acopiadas provisionalmente junto al camino. |
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No, no son "indignados". Aquello estaba lleno de campings bajo los pinares |
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Intento de dormir en los bosques |
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el lago de Mimizan exalando brumas al alba |
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La duna de Pilat |
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Una agradable cena para llevar, en el porche de la habitación de Gujan |
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También hay quien no respeta el carril bici por esos lares |
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Descendiendo el Jaizkibel hacia Lezo con unas vistas fascinantes de un mar azul intenso |