Por los alrededores de Tamajón hay multitud de pueblos serranos abandonados de los que apenas queda el perímetro de los muros. Están en medio de serranías abruptas repobladas con pinos, montes de textura monótona surcados por caminos y grandes cortafuegos.
El terreno es arcilloso y rocoso en los valles donde se forman profundos cañones con cortados de cuarcitas y puntuales afloraciones de calizas y conglomerados.
Dejé el coche pasada la pedanía de Muriel, en el arroyo Hontaria, y me puse a ascender por una incómoda ladera de matorral espinoso, hasta alcanzar el alto que se levanta a la cola del embalse de Beleña. Al otro lado Muriel y el último retazo de los farallones calizos, y hacia el Norte un camino cortafuegos que fue el que tomé, dejando la exploración de éste área de los farallones (que es algo que tengo pendiente) para la vuelta.
El cortafuegos asciende, luego llanea, y, con el Ocejón al fondo, vuelve a bajar hacia el Barranco de Valdelapuente.
En el fondo del barranco, proseguí por él, por un caminillo que ascendía progresivamente hacia el Este, hasta desembocar en una encrucijada, donde había hasta 6 caminos de tierra a elegir.
El camino que pensé debía tomar descendía bruscamente hacia el oeste, y por si acaso, opté mejor por avanzar por la línea de cumbre hacia el norte, por el pinar, por no perder cota.
Algunos pinos, de aquí y de allá, tenían una especie de pesadas bolas colgando de sus ramas, y me pregunto qué será, si un nido o el efecto de un parásito:
Pronto encontré un camino y proseguí un rato por él, hasta que escuché un todoterreno que se acercaba y salté al bosque a esconderme. No tengo muy claro hasta qué punto estos terrenos son privados, de modo que prefiero evitar encuentros.
De todas formas ese camino, aunque cómodo, me desviaba hacia el Oeste de mi objetivo, así que tarde o temprano habría de abandonarlo.
El pinar se abrió al rato ante un barranco plateado, atestado de sauces, alisos y majuelos, todos aún sin hoja, y de ahí el tono plateado. Por el fondo corría un arroyo.
Lo atravesé sin muchos problemas y entre el bosque divisé algo que me haría cambiar el objetivo de mi ruta, aunque por ahora no lo podía ver bien, a falta de un mirador más abierto.
De nuevo el bosque se abría cortado por un enorme cortafuegos, y aquí quebré hacia el Oeste, siguiéndolo.
Y el cortafuegos se terminó interrumpiendo al borde de un gran barranco, El Barranco del Chorillo.
Sin quererlo ni beberlo estaba frente a mi nuevo objetivo, muy cerca al otro lado del río. Unas afloraciones de aspecto calizo con cavidades.
El problema es que el río discurría por el fondo de un cañón, sin pasos obvios cercanos.
Al final me arriesgué a descender por una diaclasa entre los cortados, y ascender por otra de la orilla contraria que nacía frente a la primera, y tuve la suerte de que fue fácilmente escalable hasta el final, pues no estaba nada clara desde el otro lado. En el fondo el río se encajonaba, se podía pasar de un salto, pero por si acaso, para no aterrizar hundiendo las patas en una orilla fangosa, volqué una roca y pasé pisando sobre la roca y agarrado a las ramas de un árbol muy bien situado.
Ya en la otra orilla, arriba estaba la zona de las cuevas, que resultaron ser covachas en cuarcitas y conglomerados, sin mucho interés.
Más arriba se hallaban los restos del poblado de
Tainas, apenas una insinuación del perímetro de los muros.
Al Norte, separado por más barrancos, un monte que en la topografía aparece como "La Cueva", con bandas de afloraciones rocosas similares a las de los barrancos de Patones o Valdepeñas de la Sierra. Pese a la apariencia caliza, supongo que serán más cuarcitas o mezclas.
Desde las ruinas de Tainas parte un camino (el que se interrumpió al otro lado del cañón) que comunica con más cortafuegos, subiendo y bajando por los montes. Al final alcancé el mismo barranco del Chorrillo cauce abajo, pasada la zona abrupta, allí donde el valle se abría y donde desembocaban otros tantos barrancos. Por esta zona se pueden cruzar los cauces cómodamente, de hecho el camino está adecentado para el paso de vehículos.
El camino abandonaba el valle, ascendiendo de nuevo por los montes, hasta llegar a la gran encrucijada. Efectivamente este era el camino que debía tomar y descarté para llegar a la Iruela (mi idea incial)
A la vuelta volví a caer sobre los farallones calizos de Muriel, pero pasé de hacer la exploración que tenía pensada, pues estaba muy cansado y muy hambriento. Me fuí directo al coche a por mi bocadillo.
Nunca atino con la comida, si me llevo mucha resulta que ese día no tengo hambre y me dejo la mitad, si me la llevo en la mochila no me apatece comer hasta el regreso, si me la dejo en el coche maldigo no haberme metido si quiera una tableta de chocolate en la mochila.
También, como preparo las cosas después de desayunar, calculo la comida con el estómago lleno, con lo que no tengo nada de hambre, y casi que ni me apetece llevar comida.
Pero a parte, fuí en pésimas condiciones, sin haber dormido la noche anterior y tras semanas de sedentarismo absoluto. Fueron 12 kilómetros y me tiré 6 horas para hacerlos (una velocidad media de auténtico carcamal), parándome a descansar demasiadas veces, o a buscar minerales como excusa, y cada vez que me paraba se me cerraban los ojos. A veces dudé si acurrucarme en algún lado y dormir media horita.
Este año va a haber mucho agua, el río Beleña bajaba cargadísimo, el embalse lleno, los arroyuelos emanando, charcos por doquier en los bancales de los pinares de repoblación, los terrenos bajos empantanados y en las rocas musgos verdes de gran grosor. A lo lejos la cara norte del ocejón Nevada, y más allá, las montañas de las últimas estribaciones del Guadarrama se divisaban blancas.
Y esto se notaba en la temperatura, cuando alcanzabas una ladera orientada hacia las montañas y soplaba la brisilla helada.