Como dice señor Plinio Sosa:
Triste suerte la de la malquerida química. Todo el mundo habla mal de la pobre. Que si la contaminación, que si los conservadores, que si las drogas. Química es sinónimo de nocivo, de dañino, de artificial.
Pero no es por esto que no se le quiere. Su supuesto impacto negativo sobre la naturaleza es, en realidad, pecata minuta. Su verdadero pecado -por lo que se le odia, por lo que no se le perdona- es porque se le considera a-bu-rri-dí-si-ma. Todos hemos padecido aquellas interminables clases donde el profesor saturaba el pizarrón con ese cúmulo de jeroglíficos indescifrables mal llamado química.
¡Pero esto no es química, caramba! La química es de colores, tiene sabor y olor. Cabe en un matraz y en un reactor. Sabe dulce y salado. Huele a flor y a huevo podrido. Es algodón y acero. Es fría y caliente. Es imán y es chispa. Es campo y es urbe. Es pasado y futuro. Es electrón y supernova. Es esto y mucho más. Todo lo que se quiera. Pero nunca un conjunto de jeroglíficos flotando, sin más, por encima del mundo.
Triste suerte la de la malquerida química. Todos hablan mal de ella pero pocos la conocen. Es decir, la odian sin conocerla. Y claro lo que realmente odian -odiamos, dijo el otro- son esos absurdos jeroglífcos.
En su página, "La Química es puro cuento", habla de química de una forma una tanto más amena, evitando los mencionados jeroglíficos... aunque al final acaban siendo inevitables si no queremos quedarnos en el mero cuento.
Allá por los 80, un tío mío que era químico me pasó una fotocopia de una particular Tabla Periódica de los Elementos como ésta, aunque en blanco y negro:
Decir que esta tabla actualmente está desfasada, pues se han ido descubriendo más elementos aún, o mejor dicho creándolos artificialmente estrellando elementos unos con otros en los aceleradores de partículas para formar nuevos núcleos con más o menos protones. Son elementos que no se dan en la naturaleza por su inestabilidad y corta duración caso de llegar a generarse accidentalmente, y de hecho en los aceleradores deben durar tanto de lo mismo, lo suficiente para que el científico de turno le ponga un nombre que ya tendrá preparado.