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Tendría yo unos 13 años y mis padres me apuntaron a un campamento de verano en la sierra. El caso es que según pasaban los días cada vez tenía más necesidad de marcharme, no podía más, tenía que salir de allí como fuera. Y no fue tan fácil, me lo pensé mucho hasta llegar al punto máximo de desesperación en el que no podía aplazar la marcha. Tuve que hablar varias veces con el monitor de tienda, interrogatorios infructuosos sobre cual era mi problema, con el religioso a cargo del campamento, sermones con mucho tacto y cordialidad, me intentaron retener y hacer cambiar de opinión, tuve que ver desfilar a algunos de mis compañeros delante de mí pidiéndome perdón por si en algún momento habían hecho algo que me hubiera ofendido, horrible...
Porque no era nada de eso, de hecho no lo estaba pasando mal en el campamento... mi PROBLEMA era que desde que había empezado, pasaban los días y no había logrado evacuar, y tenía el intestino grueso a reventar.
Las letrinas estaban situadas en medio del campamento, eran unas cabinas rudimentarias al aire libre con las puertas casi como las de los bares del Oeste, que se veía todo desde fuera, y por más que lo había intentado, cada vez que me sentaba ahí me entraba pánico escénico, mí esfínter se apretaba tercamente, me bloqueaba, se me hacía un nudo en los intestinos y no lograba nada. Tenía estreñimiento, pero yo no me atrevía a decirlo, me resultaba vergonzoso, así que no dí ninguna explicación. Me cerré en banda, lloré, me desesperé... no paré hasta que tomaron en serio mi angustia y llamaron para que vinieran a buscarme.
Sé que pude parecer egoista, raro, antisocial, déspota, obstinado, ingrato, despreciativo... pero teniendo en cuenta que estaba que reventaba por dentro, esos detalles me importaban comparativamente más bien poco, era cuestión de vida o muerte aunque nadie lo supiera, e incluso el dar la sensación de que tenía algún problema con el campamento o la gente era mi único modo de exigir salir de allí sin confesar la verdad.
El estreñimiento era puramente psicológico, me estreñía la falta de intimidad, el estar tan expuesto; allí no había quien cagara tranquilo. El campamento estaba vallado cual campo de concentración; estabas siempre controlado por el monitor o por la compañía de los otros del grupo; rodeado gente y con actividades programadas una detrás de otra no veía la forma de despegarme y desaparecer unos minutos, sin que nadie se diera cuenta de mi ausencia, para buscar un lugar tranquilo entre la naturaleza, lejos del mundanal ruido, de las miradas y el estrés, para poder sacar todo aquello que me oprimía por dentro.
Una vez llegué a casa, lo primero que hice fue sentarme en la taza del báter... y salió todo lo que tenía que salir... y por la puerta salí luego yo con una gran sonrisa de alivio y liberación.
Quizá debí plantearle el verdadero problema al Padre a cargo del campamento para que me dieran alguna solución menos drástica que mi marcha, pero cuando un tema para tí es tabú, plantearlo está descartado. Y aquello para mí lo era, curioso que me importara menos dar la sensación de que despreciaba las atenciones de los demás que explicar que estaba estreñido.
A veces, reacciones que pueden parecer complicadas y misteriosas, se reducen a una sencilla explicación fisiológica que no se quiere confesar. Cada cual sabe por qué hace lo que hace.